miércoles, 30 de marzo de 2016

Historia de hijos de inmigrantes

Mis padres, que se habían casado al desencadenarse la gran depresión mundial de 1929, debieron de haber tenido una vaga noticia del derrumbe de la Bolsa de Nueva York; ese suceso estaba muy lejos en sus preocupaciones y, cuando comenzaron las desgracias, no sabiendo establecer de dónde ni por qué venían, las atribuyeron a la mala suerte personal.


Eran una pareja con módicas expectativas: mi madre acababa de obtener un puesto de maestra. Mi padre, que trabajaba en una marmolería, había sido designado responsable del local de ventas, apenas inaugurado. Instalados en la casa adjunta al negocio se dedicaron a arreglarla pensando que sería una residencia duradera, dispuestos, con conmovedora ingenuidad, a disfrutar de la sencillez y la calma, sin advertir que estaban cultivando el jardín sobre pantano. Nada hacía sospechar los peligros que los acechaban. No se preocupaban por la política pero la política se preocupó de ellos. Dos meses antes de mi nacimiento todo se derrumbaba: había estallado el golpe militar y la dictadura de Uriburu dejó cesante a mi madre. Al mismo tiempo, la crisis obligó a cerrar el negocio que atendía mi padre. De la noche a la mañana, ambos se quedaron sin trabajo y sin casa, al borde de agregarse a la numerosa fila de los “sin techo”.
El paternalismo que regía las relaciones laborales en algunas pequeñas empresas resolvió, momentáneamente, el problema: el empleador de mi padre le permitió habitar en un departamento de su propiedad, sin pagar el alquiler, a cambio de los salarios adeudados. Ese arreglo circunstancial impidió que yo naciera en  medio de la calle; nací pues, en una casa, a medias prestada, de la calle Brasil.
El miedo al descenso social, compartido por tantos inmigrantes o hijos de inmigrantes, era la otra cara de la rápida movilidad ascendente de los años de prosperidad; el pasado de pobreza del que se había logrado escapar amenazaba con retornar en un futuro siempre incierto. La crisis del treinta fue superada y la situación de mis padres mejoró a los pocos años pero, a pesar de no haber pasado nunca por la miseria extrema, esos sinsabores les dejaron una sensación permanente de inseguridad que me fue transmitida y todavía conservo, realimentada por otras sucesivas crisis económicas que debí atravesar y por el desalentador ejemplo de mis padres. Siento una profunda pena cuando pienso en ellos. Se sacrificaron toda su vida, fueron cumplidores, respetuosos, humildes, pero no les sirvió de nada y terminaron sin un centavo; sus magros ahorros habían sido devorados por la inflación, las devaluaciones y otras estafas legales. Formaron parte de la inmensa legión de víctimas anónimas de un sistema perverso que premia a la especulación y castiga la honestidad y el trabajo.
    

Autor: Juan José Sebreli
 “El tiempo de una vida”

domingo, 27 de marzo de 2016

Trío Santa Anita - Homenaje al carro verde - Vol. 1

Album: Homenaje al carro verde - Vol. 1.
Bitrate: 128.
Tamaño del archivo: 34.2 Mb.
Caratulas: Frontal.
Año: -.
Sonido: Excelente.
01- Homenaje al carro verde.
02- Bailando con Santa Anita.
03- La del vestido rojo.
04- Paseando la novia.
05- Don Pablo.
06- Bailando bajo la carpa.
07- La paisana.
08- Oh mi aldea.
09- Bailando con la rusada.
10- Bailando con la cuñada.
11- Papa y ñoquis.
12- Rusito tonto.
13- Alicia se quiere casar.
14- A mis suegros.
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miércoles, 23 de marzo de 2016

Una historia de amor en época de cosecha

Una leve brisa agita los rosales: una rosa se deshace y sus pétalos caen a tierra como lágrimas que el viento arrastra al olvido. Las demás flores del jardín los ven pasar y suspiran envidiando la fortuna de la rosa porque suponen que fue deshojada por la enamorada. En la casa todos saben que el corazón de la pequeña Ana despertó al amor. La adolescente se enamoró y, bajo los parrales, sueña los primeros sueños de amor.
La colonia vive el fervor previo de la cosecha. Las familias se preparan para partir rumbo al campo a cegar trigo. Algunas se irán muy pero muy lejos, como todos los años.
Los carros van y vienen, los caballos relinchan inquietos y los perros ladran excitados por tanto alboroto. Mañana es la jornada escogida por los padres de Ana para partir. Los acompañarán tíos, primos, amigos, peones. Todos irán detrás de la cosecha, mudándose de chacra en chacra, recorriendo varios partidos de la provincia.


Cinco meses es mucho tiempo, reflexiona Ana. Intuye que la despedida será difícil, siempre lo es. Para algunos ya no habrá reencuentro. Sobre todo para las personas mayores: fallecerán antes de que la caravana emprenda su regreso.
Ensimismada en sus razonamientos, ayuda a cargar los enseres domésticos en el carro. Lo hace sin decir palabra. A su alrededor, sin embargo, todo es bullicio, fluyen las anécdotas de cosechas pretéritas. La vorágine de la actividad absorbe mente y voluntad. Las horas transcurren, se llevan el día.
En la noche, Ana apenas logra dormir. La imagen de su vecino lo atormenta con su sonrisa y su mirada. Y una pregunta late en su alma: ¿Qué sucederá mañana en el momento de la partida? Seguramente nada. Bien sabe la respuesta.
La familia se levanta con el alba. Dispone los carros y parten. Ana va con ellos. No dice nada. Sólo observa cómo se desarrollan los hechos, es una actriz de reparto, nada más, una simple actriz secundaria. ¿Para qué decir nada? Si la opinión de los hijos no cuenta. Es una existencia práctica y realista la que llevan los colonos. Los sentimientos pasan a segundo lugar, son para la intimidad, no se dan a conocer públicamente ni se traducen en palabras, se asumen y punto. Nada de efusividades ni expresiones de ternura. La lucha por la supervivencia está primero. Por eso, inician la marcha en silencio. Nadie habla. Todos llevan el corazón acongojado; pero nadie se atreve a decir palabra.
Ana ve como se alejan de la colonia y como crece la distancia que lo separa de su amado. El pueblo se convierte en una línea difusa en el horizonte y desaparece.
No piensa en el regreso. Cinco meses es demasiado tiempo. Sabe que en la colonia los hijos se casan jóvenes y que la mayoría de las veces, por tradición, los padres deciden con quién

domingo, 20 de marzo de 2016

Rulo y los 4 Ases - Cuando suena mi acordeon '2014'

Es el volumen 16 de este grupo de Apostoles, Misiones liderado por Rulo Grabovieski, teniendo mas de 40 años de existencia el grupo los 4 ases
Album: Cuando suena mi acordeon.
Bitrate: 128.
Tamaño del archivo: 47.2 Mb.
Caratulas: Frontal y Trasera .
Año: 2014.
Sonido: Excelente.

01- Cuando suena mi acordeon.
02- Cinturas Misioneras.
03- Bailando en calle 7.
04- Arroyo Acaragua.
05- Bailemos la despedida.
06- Bruno.
07- Don Pancho.
08- Felicidades mama Anastacia.
09- La xuxa silvaba asi.
10- Pa´ Los Maiceros.
11- Porque no voy.
12- Recorriendo el camino.
13- Tartamudeando
14- Todo al 55.
15- Pinguela.
16- Ranchera de ayer.
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Agradecimiento Especial a Ruben Abel Eichhorn de General Ramirez  por compartir este material.

miércoles, 16 de marzo de 2016

La dura tarea de cosechar maíz a mano

La época de la cosecha de maíz en los pueblos alemanes representaba un tiempo de desarraigo, de adioses que se prolongaban durante meses. Familias enteras partían en contingentes de carros recorriendo casi toda la provincia de Buenos Aires y parte de las provincias de Santa Fe y Córdoba. Cada uno llevaba ropa, utensilios de cocina y cobijas. La recolección de este grano ocupaba a hombres, mujeres y niños. Es lógico deducir que en el camino nacían nuevos hijos y fallecía algún integrante del numeroso grupo.



 Los cosecheros vivían a la intemperie, guarecidos bajo los carros y “carpas” construidas con chapas, bolsas, cañas de las plantas de maíz o lo que se tuviera a mano. Soportando las largas noches. Los eternos días de lluvia. El frío. Las interminables jornadas laborales que se extendían de sol a sol, desde el mes de abril hasta agosto. Las heladas congelaban todo durante la madrugada. Las manos de los juntadores terminaban tan lastimadas que muchas veces sangraban. Pero el trabajo debía hacerse. Cuánto más se juntaba más se ganaba. Y no se iba tan lejos para perder el tiempo.
¡Honor y gloria a nuestros antepasados! ¡Homenaje eterno a su memoria!

miércoles, 9 de marzo de 2016

Para los alemanes del Volga, la familia siempre estaba primero

El devenir cotidiano de cada integrante que componía el núcleo familiar de una típica familia que habitaba los pueblos alemanes en épocas pretéritas, se desarrollaba teniendo como premisa el sentido de comunidad, solidaridad y el bien común por sobre el individualismo personal. La unidad entre todos los miembros debía prevalecer por sobre cualquier deseo, capricho u opinión personal. La familia estaba primero.



 El bienestar, crecimiento y progreso de cada uno de sus integrantes se relegaba a favor del bienestar, crecimiento y progreso como grupo familiar. La argamasa de esta férrea unidad social, se completaba con el afecto. Asimismo, la familia no solamente estaba compuesta por mamá, papá y los hijos, sino también por los abuelos, tíos, yernos, nueras, etc.: un mundo de gente conviviendo en un mismo hogar, emparentados por lazos de sangre. Conservando y transmitiendo valores ancestrales

domingo, 6 de marzo de 2016

Los Compadres Del Volga - Dedicado a nuestra Gente '1998'

Album: Dedicado a nuestra Gente.
Bitrate: 128.
Tamaño del archivo: 22.2 Mb.
Caratulas: Frontal .
Año: 1998.
Sonido: Excelente.
01- Polka de Santa Anita.
02- Bailando con Los Compadres.
03- Polka rusa tradicional.
04- La del vestido rojo.
05- Valseado de la alegria.
06- Datil cora.
07- La paisana.
08- Mientras yo sea soltero.
09- En el corazón de todos.
10- Para la colonia Buena Vista.
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miércoles, 2 de marzo de 2016

El sistema familiar de los alemanes del Volga

 Los hijos no tuteaban a sus padres. La mujer realizaba labores rurales a la par del hombre. Pero era el hombre quien tomaba todas las decisiones. Siempre. Porque el jefe de familia era él.




El sistema familiar que regía entre los alemanes del Volga era el patriarcal. El padre era el jefe de familia. La autoridad. El que tomaba todas las decisiones. Y sus decisiones eran inapelables.
La mujer pertenecía al sexo débil, por lo cual debía ser cuidada y protegida. “La mujer no debía salir de su casa. Para eso se casó, para estar con su marido y sus hijos”- sostuvo don Agustín Walter. La casa era su refugio y la cocina el único lugar donde podía tener un poco de libertad, aunque oculta bajo los rituales del trabajo doméstico.
El hombre hacía sus negocios. Sus trabajos fuera de la casa. La mujer también trabajaba, la mayoría de las veces tanto o más que su marido, pero nunca tenía derecho a opinar, quejarse o hacerse visible. Era un ser invisible dentro de un universo profundamente machista. Su visibilidad y trascendencia solamente la lograba teniendo hijos.
Los hijos no tuteaban a sus padres. Tutearlos era considerado una falta de respeto grave y una muestra evidente de que el padre no había tenido éxito en la educación de sus hijos. Ningún hijo osaba tratar de vos o tú a su padre ni discutirle una decisión, por más adulto que fuera. Ni aún después de estar casado y haber formado su propia familia.

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