“En verano, la vida cotidiana de las mujeres y los niños estaba signada por una gran cantidad de trabajo, porque todos los hombres de la comunidad se abocaban a la tarea de levantar la cosecha de trigo, antes que la lluvia lavara la semilla y con eso perdiera valor y peso o una granizada o un incendio imprevistos, se lo llevara todo. Del éxito o fracaso de la cosecha dependía la supervivencia anual de la familia y la localidad, en todos sus aspectos” –cuenta María Margarita Gottfriedt.
“Las mujeres y los niños nos levantábamos a las tres de la madrugada para ordeñar las vacas, que no eran pocas, mientras los hombres se disponían a buscar los caballos dispersos por el campo y a preparar las máquinas segadoras para continuar levantando el trigo. No solamente ordeñábamos vacas para tener leche para consumo propio sino también para vender y para hacer crema, manteca y quesos. Después las mujeres mayores encendíamos el horno de barro para hornear el pan diario mientras las niñas lavaban la ropa con la tabla de lavar y los niños regaban la quinta y alimentaban los animales de granja” –enumera María.
“Concluidas estas actividades, llegaba el momento de preparar el almuerzo en la cocina a leña, para alrededor de veinte comensales o más, sumando a los hombres que trabajaban en la cosecha, los padres, hijos, hermanos, tíos, abuelos, suegros y muchos más. Siempre se preparaban varios platos y recetas tradicionales que requerían muchas horas de cocina” –acota.
“Después” –continúa-, “había que lavar todos los trastos, de lo que se encargaban las niñas más pequeñas, mientras las mujeres nos abocábamos a hornear o freír algo rico para llevarles a los hombres a la hora del mate cocido, a eso de las cinco de la tarde.
“Luego las niñas bajaban la ropa del cordel y todas las mujeres de la casa se dedicaban, algunas a remendar la ropa y otras, a planchar con la plancha a carbón.
“A todo esto había que sumarle el cuidado y la limpieza de la casa, el patio, el jardín, la huerta, más el cuidado, limpieza y alimentación de todos los animales domésticos: los gallineros con sus aves de corral y el chiquero con sus cerdos” –suspira agotada.
“Y así llegaba el atardecer, cuando nuevamente había que pensar en regar la quinta y preparar la cena. Había días en que a las siete de la tarde los más pequeños de la casa caían rendidos de sueño y cansancio sentados a la mesa” –concluye María Margarita Gottfriedt, de 92 años.
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