Don Eusebio se levantó, abrió la ventana y miró hacia la calle. Grande fue su sorpresa. Doña Ester estaba en el piso, despatarrada cuan larga y ancha era, insultando a diestra y siniestra a los niños, a sus padres y a la maestra que los educaba.
Primero se asustó. Luego, al percatarse de que su esposa estaba bien, comenzó a reír estruendosamente. Lo que enfureció más a doña Ester.
Los ladrones habían huido victoriosos, llevándose una sandía de la huerta.
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