Una casa de adobe, una bomba de agua, un fuentón de chapa, una tabla de lavar, un jardín, y allá al fondo, un Nuschnick, un gallinero, una huerta, una vaca lechera, un cerdo esperando la época de la carneada, un galponcito para guardar las herramientas y más al fondo, un patio inmenso.
Un pueblo habitado por personas sencillas, honestas y trabajadoras, que hablan en alemán, que celebran fiestas tradicionales, que asisten todos los domingos a misa y que todos los días, de sol a sol, trabajan la tierra.
Esa es mi infancia. Esos son mis recuerdos. Nuestros recuerdos. Los recuerdos de todos los descendientes de alemanes del Volga. Los que nos definen y nos dan identidad. Y los que jamás debemos olvidar.
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