-Es verdad -confesó el niño. Yo me robé el vino que quedaba en la
botella.
-¿Qué hiciste con medio litro de vino? -preguntó el padre mirándolo a los ojos. ¡Medio litro! -repitió poniendo como testigo del delito a su esposa, que lo apoyaba en la acusación. ¿Quién te creés que somos? A nosotros no nos sobra la plata -agregó. Además robar es un pecado. Dios te va a castigar.
El niño lo miró asustado. Apenas parpadeaba. Su respiración era entrecortada. Las lágrimas estaban próximas a caer.
-¿Dónde está? ¿Dónde lo pusiste? ¿Qué hiciste con el vino? -gritó el padre desabrochándose el cinturón.
El niño bajó la cabeza aterrado. Las lágrimas empezaron a mojar su rostro.
-Se lo di a Fritz -respondió.
-¿A quién? -interrogó el padre incrédulo.
-A Fritz -repitió el niño. Y acotó para que no quedaran dudas: Emborraché al perro.
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