Los sábados eran una preparación para el domingo: se ordenaban
los patios, se los barría prolijamente con la escoba confeccionada con ramas de algún árbol, se limpiaba la casa a fondo, y se adobaba la carne para el almuerzo en familia del día siguiente.
Los sábados también era los días del baño y la higiene personal: nadie se salvaba de bañarse en las enormes palanganas llenas de agua calentada en pavas, cacerolas y tarros, en las cocinas a leña alimentadas por Blater (bostas de vaca).
Los domingos se lucían las mejores ropas para asistir a misa. Ropas que enseguida teníamos que quitarnos al regresar a casa, porque solamente poseíamos una muda nueva, que llamábamos “la ropa del domingo”.
(Texto extraído de mi libro “La infancia de los alemanes del Volga”).
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