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domingo, 17 de agosto de 2025

Se cumplen 261 años de la fundación de la primera aldea alemana en el Volga en el Imperio Ruso

 El 29 de junio, los descendientes de alemanes del Volga conmemoran el 261 aniversario de la fundación de la primera aldea alemana en la vasta estepa del río Volga, un acontecimiento que marcó el inicio de una colonización que modificaría para siempre el destino de miles de familias cuyos descendientes, más de 100 años después, migraron a la Argentina.

 Para comprender la magnitud de esta conmemoración, es esencial transportarse a una Europa asolada por conflictos interminables. Las guerras, como la Guerra de los Cien Años (1337-1453), la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) y la Guerra de los Siete Años (1756-1763), habían dejado los territorios del Sacro Imperio Romano Germánico devastados por la miseria, la pobreza y la muerte. Los campos estaban yermos, sin jóvenes para cultivarlos, y la desesperanza reinaba en un continente sumido en la inestabilidad política y social.


 Fue en este contexto desolador que cientos de familias alemanas tomaron la difícil decisión de migrar al Imperio Ruso. Enfrentaron un viaje extenuante, cruzando enormes distancias en precarios buques, carros y a pie, soportando climas hostiles, nieves y fríos extremos. Una vez iniciada la marcha, no había vuelta atrás. En esta travesía de valentía y resiliencia, un grupo de migrantes fundó el 29 de junio de 1764 la primera aldea en las cercanías del río Volga. En esa estepa desolada, donde todo estaba por hacerse, comenzaron a forjar una nueva sociedad. Fundaron aldeas, construyeron iglesias y levantaron escuelas, transformando un páramo en un vergel y dejando una huella imborrable en la historia. Más de cien años después, esta misma historia de perseverancia sería continuada por sus descendientes en la República Argentina.

Un viaje hacia un nuevo horizonte

La epopeya de los alemanes del Volga comenzó en 1763, cuando un grupo de familias, respondiendo al Manifiesto de Catalina II La Grande, partieron principalmente de los actuales estados alemanes de Hesse, Renania-Palatinado, Baden-Wurtemberg y Baviera. Su destino: colonizar las tierras del bajo Volga.
Embarcaron en el puerto de Lübeck, navegando por el Mar Báltico rumbo a Oranienbaum, Rusia, para finalmente dirigirse a San Petersburgo. Allí se toparon con la primera decepción: a pesar de sus diversas profesiones de origen (había farmacéuticos, médicos, abogados, ingenieros, maestros, zapateros, herreros, panaderos), se les informó que todos debían dedicarse a la agricultura y rendir fidelidad a la Corona. Desde San Petersburgo, la comitiva continuó su arduo viaje hacia el bajo Volga, buscando un nuevo horizonte para escapar de los conflictos religiosos y las incesantes guerras que habían diezmado sus tierras de origen, dejando un rastro de cosechas arrasadas, hambrunas, enfermedades y muerte.
En los primeros diez años de esta migración, unas 30.000 personas partieron de la actual Alemania. Sin embargo, como consecuencia de las inhumanas peripecias del viaje, sólo alrededor de 23.000 lograron llegar a su destino. El resto encontró su tumba bajo una cruz de madera y una cubierta de nieve, víctimas del frío, el hambre y las enfermedades.
El viaje completo, desde su tierra natal en el Sacro Imperio Romano Germánico hasta la "tierra prometida" en la región del bajo Volga, duró aproximadamente un año. Pero una vez allí, les aguardaba una desagradable sorpresa. Catalina II no solo los había elegido para colonizar campos inhóspitos y desolados, lejos de las grandes urbes y rodeados de siervos analfabetos, sino también para servir como una barrera humana de contención contra las tribus nómades que asolaban la región.
Fue en este contexto de desafíos y promesas incumplidas que, el 29 de junio de 1764, fundaron la primera aldea: Dobrinka. Este acto de fundación, que hoy se conmemora, fue el punto de partida de una historia de tenacidad y progreso, una historia que, más de un siglo después, sería continuada por sus descendientes en la Argentina

Autor:  Julio César Melchior.   

domingo, 3 de agosto de 2025

El inolvidable hule de la abuela

 El hule de la mesa de la abuela era mucho más que una protección para la madera. Era un símbolo de hogar, de tradición, de las comidas ricas y del cariño incondicional. Era un pedacito de historia familiar que seguramente todos recordamos. 
Ese hule con flores grandes y coloridas, o un patrón geométrico, o incluso un estampado de frutas que ya ni se ven. Recordar ese diseño es como una huella dactilar de la cocina de la abuela, algo que nos transporta directamente al pasado.


 Allí compartimos desayunos apurados antes de la escuela hasta largas sobremesas después de un almuerzo los domingos. A veces, con restos de manchas de café, restos de salsa, migas de pan y quizás hasta alguna que otra lágrima o risa.
Sobre ese hule no solamente se comía sino que también se jugaba a las cartas, se hacían las tareas, se charlaba mientras se preparaba la comida.
Era tan fácil de limpiar con un trapo húmedo, resistente a las manchas y a los líquidos derramados, algo fundamental en una cocina donde siempre había movimiento.
A lo largo de los años, el hule permanecía en su lugar, convirtiéndose en un elemento constante y familiar en el paisaje de la cocina. Verlo era como ver un viejo amigo, algo que siempre estaba ahí.

Autor:  Julio César Melchior.  

domingo, 20 de julio de 2025

Masitas de amoniaco de la abuela

Ingredientes:
1 kg harina
250 g de azúcar
4 huevos
2 cucharadas de amoniaco
300 g de grasa
1 taza de leche

 
Elaboración:
Colocar la harina en un recipiente en el centro agregar los huevos, azúcar, y la grasa derretida
Aparte entibiar la leche y agregarle las 2 cucharadas de amoniaco, revolver e incorporarla a la preparación anterior.
Amasar hasta formar una masa suave, pero con cuerpo. 
Cortar de la forma deseada y cocinar a fuego máximo por 15 o 20 minutos en horno.

Más recetas más de comidas típicas, postres, licores, quesos, panes, en el libro “La gastronomía de los alemanes del Volga”, de Julio César Melchior. Lo pueden adquirir escribiendo a juliomelchior@hotmail.com o por WhatsApp al 2926-461373. 

domingo, 6 de julio de 2025

Las inolvidables abuelas de antes

 Las abuelas de antes eran un universo en sí mismas. Sus manos, curtidas por años de trabajo y caricias, contaban historias silenciosas de una vida dedicada a la familia. No conocían el apuro de hoy, sus días se tejían con los ritmos lentos de la naturaleza y las necesidades del hogar. Eran maestras en el arte de la paciencia, capaces de pasar horas hilvanando lana o preparando conservas con una parsimonia que hoy nos resulta casi exótica.


 Recuerdo a la abuela Mercedes, siempre con una sonrisa dulce y una sabiduría ancestral brillando en sus ojos. Ella no tenía estudios formales, pero su conocimiento de las hierbas medicinales y los remedios caseros parecía infinito. Ante una dolencia, su consejo era siempre el primer recurso, transmitido de generación en generación, un legado de conexión profunda con la tierra.
Las abuelas de antes eran mujeres fuertes, forjadas en tiempos difíciles. Muchas habían vivido carencias, habían criado hijos en medio de la incertidumbre, pero su espíritu permanecía intacto. Poseían una resiliencia admirable, una capacidad para encontrar la belleza en las pequeñas cosas y para transmitir una profunda fe en la vida.
Sus consejos, aunque a veces envueltos en refranes antiguos, siempre llegaban al corazón, sembrando semillas de bondad y sentido común.
El mundo ha cambiado vertiginosamente desde aquellos años. Las abuelas de hoy viven realidades diferentes, pero el eco de esas mujeres inolvidables perdura en nuestras familias. Nos legaron valores imborrables: la importancia de los lazos familiares, el valor del trabajo honesto, la calidez de un hogar hecho con amor y la sabiduría que solo los años y la experiencia pueden ofrecer.
Quizás ya no veamos a menudo las manos hilvanando lana o las cocinas a leña humeando lentamente, pero el espíritu de esas abuelas de antes vive en cada gesto de cariño, en cada receta transmitida, en cada historia familiar contada. Su recuerdo es un tesoro invaluable, un faro que ilumina nuestro presente y nos recuerda la belleza de un mundo más pausado, más humano, donde el amor de una abuela era el ingrediente secreto de una vida plena. Y por eso, siempre serán inolvidables.

 Autor:  Julio César Melchior. 

domingo, 22 de junio de 2025

Historia de Pueblo San José en el 138 aniversario de su fundación

 Pueblo San José, ubicado en el Partido de Coronel Suárez, en la Provincia de Buenos Aires, fue fundado el 13 de abril de 1887 por 15 familias  que arribaron al país desde las aldeas Dehler y Volmer, que sus ancestros habían fundado a finales del siglo XVIII en tierras aledañas al Río Volga, en el lejano Imperio Ruso, respondiendo a una invitación colonizadora lanzada mediante un Manifiesto por la zarina Catalina II La Grande por toda Europa, en especial en los territorios del Sacro Imperio Romano Germánico. Eligieron la Argentina porque era un país con una política inmigratoria abierta y con una promesa de tierras fértiles, ideales para la agricultura.  Y al Partido de Coronel Suárez llegaron bajo el liderazgo de figuras como el Padre Luis Servet que estableció contacto con el empresario Eduardo Casey, que era propietario de grandes extensiones de tierra en esta región, y que jugó un rol crucial en esta epopeya colonizadora, dándoles la posibilidad a los colonos de adquirir tierras fértiles a un costo accesible, la oportunidad de desarrollar su actividad agrícola, y la perspectiva de una nueva vida en un país que, si bien con desafíos iniciales, les permitía mantener su cultura y religión. 


El 24 de septiembre de 1885 arriba al puerto de Buenos Aires el vapor "Strasburg", de la compañía F. Miller, un grupo de familias oriundas de las aldeas Dehler y Volmar de la colonización del bajo Volga, en el Imperio Ruso, para establecerse en Colonia Hinojo, Olavarria. Sin embargo, sólo pudieron permanecer allí alrededor de un año y medio, pues ya no quedaban tierras disponibles para instalarse definitivamente. Frente a esto, el párroco de Colonia Hinojo, Padre Luis Serbet, viajó 175 Km al sur de la provincia de Buenos Aires para iniciar negociaciones con el empresario Eduardo Casey, que poseía 300.000 hectáreas de campo virgen en un paraje denominado Sauce Corto, actual ciudad de Coronel Suárez.

Logrado el acuerdo, las familias parten en carros cargados de enseres personales y útiles de labranza el 15 de marzo de 1887, costeando el recientemente inaugurado riel del Ferrocarril del Sud, rumbo a la Estación Sauce Corto, donde tras algunos conflictos fundaron semanas después la nueva localidad. Los conflictos surgieron porque las autoridades que estaban a cargo de la colonización, tenían previsto que las familias se incorporen al pueblo que ya existía, pero esto no fue aceptado por los colonos, ya que deseaban fundar su propia aldea alejados de la estación del ferrocarril, que, según sus creencias, se llevaría a la juventud al mundo de la perdición y también, y por sobre todas las cosas, porque querían conservar su identidad cultural, con sus tradiciones y costumbres.

Luego de varias semanas de tensa espera y arduas negociaciones, el 13 de abril de 1887 se fundó Pueblo San José a 5 km de la estación de ferrocarril. El nombre que se le da a la localidad es Dehler. Posteriormente se le asigna el definitivo de Pueblo San José (Sankt Joseph, en alemán) aunque, popularmente, hasta la actualidad, se la conoce como Colonia Dos (en dialecto zweit Konie).

Las familias de Martín Sieben, Jacob Schwab, Stephan Heit, Jacob Schell y Konrad Schwab fueron las primeras en arribar y comenzar a limpiar la zona de malezas para edificar sus precarias viviendas en el lugar escogido para levantar el nuevo pueblo. En los días sucesivos llegaron las familias de Johann Förster, Johann Butbilopky, Johann Opholz, Nicolás Seib, Michael Schuck, Matthias Schönfeld, Johann Peter Philip, Adam Dannderfer, Gottlieb Diel y Heinrich Heim.

Las 5 familias citadas en primer término se instalaron definitivamente en la nueva localidad, mientras que las diez restantes, con el transcurrir de los años, fueron emigrando hacia otras regiones, no solo del país sino del exterior, desilusionadas por el fracaso de varias cosechas sucesivas, a consecuencia de las heladas y por el desconocimiento que tenían los colonos del clima y la mala elección en la variedad de la semilla al momento de la siembra.

El trazado urbano consistió en una sola calle de 30 metros de ancho por 800 metros de largo. Los solares se enfrentaban con 28 metros de frente por 110 de fondo y cada terreno tenía asignado 2 hectáreas de campo en el fondo, destinado para quintas.

En el centro quedaba un terreno de 50 por 130 metros destinado y reservado con carácter gratuito para la futura iglesia y escuela.

En 1888, es decir, apenas un año después de su fundación, se construye la primera capilla, totalmente de madera, siendo que la religión y la fe en Dios siempre fue una prioridad para los alemanes del Volga, junto con la conservación de su cultura, sus costumbres y tradiciones, en suma su identidad, la que llevaron consigo al emigrar  desde el Sacro Imperio Romano Germánico a finales del siglo XVIII y mantuvieron durante sus más de 100 años de radicación en la región del río Volga, en el Imperio Ruso.

La población fue creciendo con la llegada de nuevos contingentes de inmigrantes, por lo que en 1895 se instala la Congregación del Verbo Divino con sus sacerdotes, que a lo largo de la historia de la comunidad fueron fundamentales en todos los aspectos, tanto religiosos, sociales y culturales, de la misma manera que la Congregación Siervas del Espíritu Santo, cuyas primeras hermanas religiosas arriban en 1909 fundando una escuela y que a lo largo del tiempo desarrollaron una labor educativa trascendente como docentes, haciendo también un aporte invaluable para la conservación del idioma alemán.

Con la llegada de la Congregación del Verbo Divino y sus sacerdotes, se construye una nueva iglesia, la que se amplía en 1907.

Como la población continuaba creciendo el padre José Weyer pensó en construir un nuevo templo, mucho más grande. Pero falleció sin poder llevar a cabo la obra. En noviembre de 1924 asume la responsabilidad el sacerdote Juan Scharle y el 16 de mayo de 1927 anuncia la obra que, después de varios años de intenso trabajo, se plasma en una iglesia majestuosa, consagrada a San José Obrero, diseñada por el sacerdote y arquitecto Juan Becker. Una iglesia que es un “un monumento a la fe”, una belleza arquitectónica levantada íntegramente con materiales de excelencia, muchos de ellos traídos de Europa, como los vitrales, y el trabajo de artistas, también de Europa, por sólo citar dos ejemplos, todo con el aporte económico de la comunidad, con personas que donaron verdaderas fortunas.

Cuando los primeros colonos arribaron a la zona de Coronel Suárez para fundar Pueblo San José, tuvieron que colonizar tierras vírgenes, llenas de pajonales y animales silvestres y adaptarse a un nuevo entorno, construir viviendas desde cero y trabajar la tierra requirió esfuerzo, sacrificio y fuerza de voluntad. Por eso, la comunidad se apoyó mutuamente, manteniendo sus tradiciones y valores como la familia, el trabajo duro y la fe religiosa.

La agricultura fue la base del desarrollo económico. Los colonos demostraron ser trabajadores diligentes y lograron hacer prosperar sus campos. Con el tiempo, se desarrollaron otras actividades complementarias.

A medida que la colonia crecía, se fueron estableciendo instituciones importantes como la escuela (fundamental para preservar su lengua y cultura) y la iglesia, que se convirtió en el centro espiritual y social de la comunidad. Al igual que fueron surgiendo entidades relevantes en el orden social, cultural y deportivo.

A lo largo del siglo XX, Pueblo San José, al igual que otras colonias alemanas del Volga en la región, experimentó un proceso de integración con la sociedad argentina. Sin embargo, la comunidad siempre se esforzó por mantener vivas sus tradiciones, su lengua (el dialecto alemán del Volga), sus costumbres culinarias y sus celebraciones. Porque tiene una fuerte conciencia de su origen y de la historia de sus antepasados. Este orgullo por su herencia impulsa los esfuerzos por mantenerla viva.

Hoy en día, aunque las generaciones más jóvenes no hablan el dialecto con la misma fluidez que sus abuelos, existe un interés creciente por aprender sobre sus orígenes y participar en las festividades y tradiciones. El turismo cultural también juega un papel en la valorización y preservación de esta identidad única.

En definitiva, el esfuerzo inicial de los fundadores por establecerse y construir una nueva vida en Argentina fue acompañado de un esfuerzo continuo por mantener viva su identidad cultural, y Pueblo San José es un claro ejemplo de este legado perseverante

Autor:  Julio César Melchior.

domingo, 8 de junio de 2025

La inolvidable cocina a leña

 La cocina a leña tiene para los descendientes de alemanes del Volga un valor emocional muy importante. Representa la infancia, la familia y el hogar. Conecta con tradiciones ancestrales, sabores auténticos y experiencias compartidas. Es un símbolo de la tradición culinaria transmitida de generación en generación.
Su valor emocional reside en su capacidad de conectar con los momentos más importantes del pasado, con sabores auténticos y experiencias compartidas, historias, risas y comidas abundantes, con toda la familia sentada alrededor de la enorme mesa de madera de la cocina.


 Además, está el crepitar de la leña, el aroma de la comida cocinándose lentamente y el calor que calienta todo el ambiente y crea una atmósfera especial que invita a la relajación y a la convivencia y a compartir reuniones familiares. Elementos y sabores fundamentales en la gastronomía tradicional porque le da un gusto único a la comida, que sobrevive en el recuerdo y en las recetas que nos legaron.
Por todo eso, la cocina a leña tiene un valor emocional que la convierte en un tesoro que debemos apreciar y conservar como un legado cultural que nos dejaron nuestros ancestros, porque es donde cocinaron y hornearon todas las recetas tradicionales.

Autor:  Julio César Melchior.

domingo, 25 de mayo de 2025

El valor de la cocina como espacio de encuentro familiar

 La cocina era el corazón del hogar, donde la familia se reunía para compartir comidas, conversar y pasar tiempo juntos. Era un espacio de encuentro y convivencia, donde se fortalecían los lazos familiares y se transmitían las tradiciones de generación en generación.
La cocina también era un espacio de producción donde se transformaban los productos del campo en alimentos para la familia. Era el lugar donde se transmitían los conocimientos culinarios de madres a hijas, de abuelas a nietas,  donde se compartían recetas, técnicas de cocina y secretos culinarios, manteniendo viva la tradición gastronómica de la comunidad. Era un símbolo de identidad y pertenencia.
Los sabores y aromas de los platos tradicionales evocaban recuerdos de la tierra natal y de las costumbres de sus antepasados. Por eso también era el lugar donde se reafirmaba la identidad cultural y se fortalecían los lazos con la comunidad.


 En ocasiones especiales, como bodas, bautizos y fiestas religiosas, la cocina se llenaba de actividad y aromas, con la preparación de platos tradicionales que se compartían con familiares, parientes y amigos. La cocina era un lugar de encuentro y celebración, donde se compartía la alegría y también los momentos difíciles.
La cocina era un lugar de encuentro familiar, de trabajo y producción, de aprendizaje y transmisión de conocimientos, de reafirmación de la identidad cultural y de celebración de la vida en comunidad. La cocina era el corazón del hogar y un elemento fundamental del patrimonio cultural de los alemanes del Volga.

Autor:  Julio César Melchior.

domingo, 11 de mayo de 2025

Los inolvidables carros de los alemanes del Volga

 Los carros tirados por caballos fueron un medio de transporte esencial para los inmigrantes que llegaron a Argentina a finales del siglo XIX. En una época en que los ferrocarriles eran escasos, porque recién comenzaban a conquistar territorio, y los caminos, en muchos casos, inexistentes, los carros tirados por caballos se convirtieron en la principal forma de transportar personas, mercancías a través de las vastas llanuras y la producción del país.


 Los carros tirados por caballos permitieron a los inmigrantes transportar sus pertenencias desde los puertos hasta sus nuevos hogares, a menudo ubicados en zonas rurales remotas. Además, estos carros se utilizaron para transportar productos agrícolas y ganaderos desde las zonas de producción hasta los centros de distribución y consumo.
También fueron importantes para el desarrollo de las aldeas. Se utilizaron para transportar materiales de construcción, como ladrillos, piedras y arena, que se utilizaron para construir viviendas. Como asimismo se usaron para transportar pertenencias personales, para realizar todo tipo de trabajos para uso personal de las familias. Fueron un símbolo de la vida rural y de la vida en la aldea.
En resumen, los carros tirados por caballos fueron un medio de transporte esencial para los inmigrantes que llegaron a Argentina a finales del siglo XIX. Permitieron el transporte de personas y mercancías, contribuyeron al desarrollo de las aldeas y se convirtieron en un símbolo de la cultura popular argentina.

Autor:  Julio César Melchior.

domingo, 27 de abril de 2025

Las inolvidables semillas de girasol de la abuela

 Todavía recuerdo a abuela cuando arrojaba semillas de girasol dentro de una fuente y las llevaba al horno de la cocina a leña para tostarlas, retirando de vez en cuando la fuente para revolverlas con mucho cuidado, porque el calor que despedían podía quemar. Ese era su secreto para lograr un tostado equilibrado. 


Cuando consideraba que estaban en su punto justo, retiraba la fuente y la colocaba en un lugar resguardado, donde ningún niño podía tener acceso, para que las semillas se enfriaran. Finalmente, las guardaba en una lata, por lo general, un tarro de aceite comestible, que por aquellos años se comercializaba de esa manera.
Los domingos a la tarde, cuando llegaban a visitarla sus hijos y sus nietos, y después de convidarlos con tomar junto con Kreppel o Dünnekuchen horneados por ella, buscaba la lata, tomaba un plato, lo llenaba con semillas de girasol y lo colocaba en el centro de la mesa.
Todos se sentaban alrededor para servirse una mano llena y comenzar a abrir las semillas con los dientes y comer las pepitas.

Autor:  Julio César Melchior.

domingo, 13 de abril de 2025

Así celebraban la Semana Santa los alemanes del Volga

La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos, una de las conmemoraciones más importantes para la cristiandad.
Muchos fieles van a misa con ramos de olivo -símbolo del recibimiento de Cristo en Jerusalén- para que sean bendecidos. Portando esas palmas y ramos se organiza una procesión, en recuerdo de la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén. En tanto que, durante la Semana Santa propiamente dicha, se celebraban tres ritos solemnes para evocar la pasión, muerte y Resurrección de Jesucristo. El Jueves Santo: la institución de la eucaristía; el Viernes Santo: las lecturas de las Sagradas Escrituras, oraciones solemnes, y la veneración de la cruz rememoraban la crucifixión de Cristo; y el Sábado Santo: conmemoraba el entierro de Cristo; los oficios de vigilia de medianoche inauguran la celebración de la Pascua de Resurrección. 

                                               Kleis, una de las consumidas que más
                                                     cocinaban el Viernes Santo,
                                                 día de ayuno y abstinencia total de carne

 Con el Domingo de Ramos se evoca la entrada de Cristo en Jerusalén. Según la fe católica, el pueblo judío le dio la bienvenida agitando ramos de olivo. A partir del jueves próximo -día que se conmemora la Ultima Cena- la liturgia religiosa adquiere mayor importancia. El viernes santo se evoca el tormento de Cristo en su marcha hacia el Calvario y el domingo, con la Pascua de Resurrección, se festejará el paso de la muerte a la vida del Hijo de Dios.
La Pascua constituye el fundamento sobre el cual se asienta y gira toda la vida del cristianismo. Es festejada por millones de fieles en todo el mundo y el Papa da la bendición en una misa urbi et orbi desde la Basílica de San Pedro.
La ley del ayuno la observaban los antiguos con sumo rigor. No contentos con cercenar la cantidad del alimento, se privaban totalmente de carnes, huevos, lacticinios, pescado, vino y todo aquello que el uso común consideraba como una gratificación. Hacían sólo una comida diaria, después de la misa, que terminaba al declinar la tarde; y esa única comida solamente consistía en pan, legumbres y agua, y, a veces, una cucharada de miel. Con la particularidad que ninguno se eximía del ayuno, ni aún los jornaleros, ni los ancianos, ni los mismos niños de más de doce años de edad; tan sólo para los enfermos se hacía una excepción, que debía ser refrendada por el sacerdote. A estas penitencias añadían otras privaciones, tales como la continencia conyugal, la supresión de las bodas y festines, de las reuniones del Consejo del Pueblo, de los juegos, recreos públicos, caza, deportes, etc.
De este modo se santificaba no ya solamente en el templo, como ahora, sino también en los hogares, y hasta en todos los lugares tanto de trabajo como de diversión. Es decir, que el espíritu de Semana Santa tutelaba la vida de toda la sociedad cristiana aldeana.
Los templos se veían privados durante los oficios cuaresmales del alegre Aleluya, del himno Angélico Gloria in excelsis, de la festiva despedida Ite missa est, de los acordes del órgano, de los floreros, iluminaciones y demás elementos de adorno, los crucifijos y las imágenes, que se cubrían con telas de color morado. El contenido exterior de la liturgia acentuaba los cantos graves y melancólicos del repertorio gregoriano y el frecuente arrodillarse para los rezos corales.
Durante la Semana Santa, las colonias cambiaban totalmente su aspecto. No se oían los suaves acordes de los “Schnerorgellier” y los colonienses que andaban por las calles lo hacían en profundo silencio.
El Jueves Santo, durante la Misa, en que se celebraba la Ultima Cena de Cristo y la ceremonia de lavar los pies para rememorar el lavado de pies de los discípulos de Cristo, el templo quedaba de pronto en silencio y a oscuras: súbitamente los fieles comenzaban a entonar el himno sagrado Gloria in excelsis al tiempo que comenzaban a repicar todas las campanas (que se “volaban” y permanecerían mudas hasta el sábado a la noche, cuando “regresarían”, haciendo el mismo estruendo que ensordecía a toda la colonia). Desde ese momento, solamente las matracas (Klapperer) de los campaneros anunciaban el inicio de la misa, durante los dos días subsiguientes.
El Viernes Santo, los fieles concurrían a misa vestidos de colores oscuros o de negro. Se conmemoraba la muerte de Jesucristo. Era un día dedicado a la penitencia, el ayuno y la oración. La liturgia se componía de cuatro partes diferenciadas: lecturas bíblicas y oraciones solemnes, incluyendo la lectura de la Pasión según san Juan, la adoración de la cruz, la comunión de los fieles y las devociones populares. También se realizaban procesiones por las calles, en las que los niños iluminaban su camino llevando en las manos farolitos (Fackellier), adornados con papel crepé, entonando cánticos religiosos y orando devotamente. En muchas esquinas se instalaban pequeños altares preparados por los vecinos.
El Sábado Santo por la noche, se hacía el remedo de quemar a Judas, el traidor de Jesús. Y el Domingo de Pascua se asistía a misa con los corazones alborozados para celebrar la resurrección del Señor.
Al atardecer se organizaban animadas tertulias y bailes. Hecho que se reiteraba los lunes y martes. Siempre con una masiva participación popular.

Autor:  Julio César Melchior.

domingo, 30 de marzo de 2025

Sentarse alrededor de la mesa para comer era para los alemanes del Volga una forma de expresar su identidad cultural

 Sentarse alrededor de la mesa para comer era para los alemanes del Volga una forma de expresar su identidad cultural. Un momento en el que se compartían historias, se enseñaban modales y se inculcaban pautas de convivencia como la solidaridad, el respeto y el agradecimiento. Estas reuniones ayudaban a mantener unidos a los miembros de la comunidad y a preservar sus tradiciones, sus valores y su rica herencia cultural.

 Los abuelos tenían un papel crucial en la transmisión de estos valores, costumbres y tradiciones de una generación a otra. Eran los encargados de enseñar a los jóvenes sobre la historia familiar, las normas sociales y las habilidades necesarias para la vida. En un contexto de desarraigo y adaptación, los abuelos ofrecían consuelo, apoyo emocional y un sentido de pertenencia, además de experiencia y sabiduría.
Todos esos valores y principios que inculcaron en sus descendientes los abuelos en aquellos primeros tiempos de las aldeas y colonias, todavía se reflejan en nuestras decisiones diarias y en la forma en que nos relacionamos con los demás. Un legado cultural que se mantiene vigente y define nuestra identidad.

Autor:  Julio César Melchior.

domingo, 16 de marzo de 2025

La abuela tenía un jardín

 La abuela tenía infinidad de plantas en macetas debajo de la galería, flores de todos los tamaños y colores, que en invierno cubría cuidadosamente para protegerlas de la helada, pero que en verano florecían para recibir a las visitas con alegría, con mariposas revoloteando de aquí para allá, al igual que las abejas que buscaban su polen para alimentar su panal.


 También tenía flores, sobre todo rosales, al frente de la casa, en el patio, donde a veces, cortaba algunas para llevar a la iglesia y colocar en el altar, en el regazo de la virgen, en señal de gratitud.
La abuela era una persona alegre, que tenía una sonrisa dulce dibujada en sus labios y en los ojos la felicidad, que cantaba mientras hacía las tareas domésticas o regaba sus amadas flores. La abuela es el recuerdo de unas manos trabajando la tierra, cosechando trigo, cocinando rico, educando a sus hijos, amando a sus nietos.

Autor:  Julio César Melchior.

domingo, 2 de marzo de 2025

Una de las tantas tareas que realizaban las mujeres en verano

 Cuenta mi madre que mi abuela y sus cinco hijas se sentaban alrededor de la mesa a pelar y quitarles el carozo a baldes y baldes de ciruelas, que cosechaban de los frutales que tenían en el fondo del patio. Lo hacían generalmente bien temprano a la mañana, con el fresco del amanecer. Y también para que no hubiera tantas moscas molestando su quehacer. A esa hora de la mañana la casa, que era de adobe, estaba fresca. Las cortinas se mantenían cerradas para que no hubiera tanta luz y el ambiente se mantuviera fresco.


 Pelaban las ciruelas, les quitaban el carozo, y las arrojaban dentro de una enorme fuente. Cuando estas se llenaban, abuela la tomaba y se dirigía a la bomba para lavar las ciruelas ya peladas y descarozadas. Después regresaba a la cocina y las arrojaba dentro de una enorme cacerola con agua que estaba sobre la cocina a leña. En esa enorme cacerola se cocinaban kilos y kilos de dulce de ciruela. Tarea que llevaba sus horas y sus días. Porque no solamente se elaboraba dulce de ciruela sino también de higos, duraznos, manzanas, peras, tomates, zapallo.
Una vez cocinada y fría la preparación se trasvasaba a frascos de todos los colores y especies, que abuela y los niños lograban reunir a lo largo del año. Pidiendo aquí y allá a vecinos, familiares y amigos. De más está decir, que el que colaboraba con frascos recibía uno lleno para probar el dulce cocinado en la ocasión.
Finalizado este proceso, los frascos eran sellados y estibados en un lugar fresco y seco, generalmente un sótano o en el Schepie. Bajo el estricto control de la abuela, que mantenía un justo equilibrio y decidía cuando abrir uno, los dulces duraban hasta la cosecha del año siguiente y a veces más allá. 

Autor:  Julio César Melchior.

domingo, 16 de febrero de 2025

Recetas de pepinos en conserva

Nuestros antepasados preparaban encurtidos de pepinos utilizando el método tradicional, es decir, colocaban los pepinos en una salmuera que preparaban con agua y sal, a la que le sumaban ramitas de eneldo y hojas de parra. Este proceso es más lento pero produce un sabor más complejo, con notas ligeramente fermentadas.
Con el paso de los años algunas familias empezaron a incorporar una nueva técnica de preparar pepinos en conserva: los sumergen en una solución que preparan con vinagre, agua, sal y especias. El proceso de encurtido es más rápido, y el sabor es más agrio y ácido.


Aquí presentamos las dos recetas:

Sauer Kummer
(Pepinos en conserva que se preparan siguiendo el método tradicional)

Ingredientes:
1 docena de pepinos
2 litros de agua
Sal gruesa a gusto
Eneldo  a gusto
6 hojas de parra

Preparación:
Lavar bien los pepinos con agua para eliminar cualquier suciedad, asegurándose de que sean de tamaño uniforme, para que el proceso de encurtido se produzca sin inconvenientes y al mismo tiempo.
Después colocarlos cuidadosamente en el frasco, intercalando algunas ramitas de eneldo, apretando un poco, pero no tanto para que los pepinos no se dañen o queden aplastados, dejando un poco de espacio en la parte superior (aproximadamente 1 cm).
Verter el agua, previamente mezclada con la sal, hasta cubrir por completo. Golpear suavemente el frasco con la mano para eliminar cualquier burbuja de aire que pueda haberse formado. Si es necesario, agregar más líquido hasta que estén completamente cubiertos.
Tapar con las hojas de parra y poner encima una madera o un plato con un peso, para mantener sumergidos los pepinos.
Guardar en un lugar fresco y oscuro. Se podrán consumir en tres o cuatro días, aproximadamente, dependiendo del tamaño de los pepinos y la cantidad de sal utilizada.
Opción:
Si bien esta es la manera tradicional de preparar pepinos en conserva, está en el paladar y el gusto de cada uno, sumar especias al momento de elaborar la receta. Lo mismo que se puede utilizar ramitas de hinojo si no se tiene a mano ramitas de eneldo.


Sauer Kummer
(Pepinos en conserva que se preparan con vinagre)

Ingredientes:
1 Kg de pepinos
1 litro de agua
1 litro de vinagre
2 cucharadas de azúcar
Ramitos de eneldo
Sal a gusto

Preparación:
Llevar a hervor por unos minutos la mezcla de agua, vinagre, azúcar y sal.
Dejar enfriar.
Elegir pepinos del mismo tamaño y colocarlos en frascos previamente esterilizados, alternando con las hojas de eneldo. Verter la mezcla, que anteriormente se preparó, sobre los pepinos. Tiene que estar fría.
Poner encima una madera o un plato con un peso, para mantener los pepinos sumergidos.
Guardar en un lugar seco y fresco.
Pasados unos días ya estarán a punto para degustar.

Autor:  Julio César Melchior.

domingo, 2 de febrero de 2025

Abuela y nieta recuerdan lo doloroso que resultó la integración de los habitantes de las colonias alemanas del Volga a la vida social y cultural del país

 -Hasta cerca de la mitad del siglo XX -explica Sonia-, los alemanes del Volga en la Argentina vivieron casi de manera autónoma, manteniendo sus tradiciones y costumbres, incluido su idioma, el dialecto, que se usaba en la vida cotidiana, mientras que en la iglesia y en la escuela se utilizaba el alemán estándar. El castellano, o español, sólo era usado para fines administrativos de las colonias.
-Es verdad, querida -reconoce doña Elisa, de 89 años. Las colonias eran autosuficientes. Producían y fabricaban todo lo que necesitaban. Era muy escaso lo que se compraba fuera de la colonia.
-A medida que fue avanzando el siglo XX -agregó Sonia-, y con él el adelanto tecnológico en el área agropecuaria, creció la necesidad de un mayor contacto con la población local. Y surgió lo inevitable: la asimilación lingüística, en la que el castellano, o español, se fue transformando en la lengua más usada.
-Sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial -continúa doña Elisa-, en que se prohibió la enseñanza del alemán en las escuelas. Porque hasta ese momento, a la mañana se dictaban clases en español y a la tarde en alemán. Todo eso desapareció de un día para el otro. Se llegó al extremo de castigar a los alumnos si hablaban en dialecto en los recreos. Fue un cambio muy traumático y doloroso para todos. En las escuelas parroquiales, por ejemplo, había religiosas que tuvieron que aprender a hablar bien el castellano, porque apenas sabían unas pocas palabras, porque muchas habían sido enviadas directamente desde Alemania a ejercer su misión de evangelizar y educar aquí.


 Y así -prosigue Sonia-, se gestó el proceso de asimilación lingüística, en la que el español se fue transformando en la lengua más hablada entre los jóvenes. Hasta el extremo de que, en la actualidad, los niños olvidaron casi por completo su lengua madre. Salvo raras excepciones. Pero hay un excelente trabajo que llevan a cabo, en los últimos años, escritores e investigadores, comisiones culturales y sociales, para mantener vivas las fiestas tradicionales, y algunas escuelas y docentes que también desarrollan una magnífica tarea, para revivir el dialecto.
-En este punto -interrumpe doña Elisa- hay que destacar la labor profesional que está desarrollando, desde hace más de treinta años ininterrumpidos, el escritor Julio César Melchior, que lleva publicados más de una decena de libros sobre nuestra cultura, abarcando casi todos los ejes temáticos de los alemanes del Volga: la historia, la cultura, las tradiciones, las costumbres, la infancia, la vida de la mujer, la gastronomía, en fin, la mayoría.
-Es verdad, abuela -reconoce Sonia. Leí todos sus libros. Sumergirse en sus obras es reconstruir el pasado de los alemanes del Volga. Muchas de ellas fueron premiadas, presentadas en la Feria Internacional del Libro, en Buenos Aires, y trascendieron las fronteras.
-Y un detalle que, a mí, como docente, siempre me gustó de Julio César Melchior es que él, desde el momento que comenzó a publicar sus obras sostuvo que rescataba y revalorizaba la historia y cultura de los alemanes del Volga. Porque es verdad que había mucho para rescatar, pero esa palabra: revalorizar, siempre me resultó fundamental. Porque, por aquellos años, estamos hablando de treinta años atrás, todo lo que proviniera de las colonias o de los alemanes del Volga, estaba muy devaluado. La mayoría se avergonzaba de sus raíces. Ni que decir la vergüenza que teníamos de hablar en alemán fuera de la colonia o frente a extraños o en la ciudad, donde ni lo usábamos.
-Es comprensible, abuela, porque con la asimilación lingüística, en la que el castellano, o español, se fue transformando en la lengua más usada en las colonias y la integración casi forzada por hechos sociales y culturales externos, además de cuestiones políticas, y a la vez, deseada por los jóvenes, que buscaban nuevos horizontes, fue profundamente dolorosa y traumática. No te olvides que hasta ese momento en que comienza la etapa de revalorización, nosotros éramos los rusos o los rusos de mier… Para los adolescentes que tuvieron la suerte económica de, al menos, intentar asistir a la escuela secundaria, viajando todos los días a la ciudad, se les hizo muy difícil. Para algunos imposibles. Eran literalmente discriminados. De diez que empezaban, terminaba uno. A veces, ninguno. Recién en la década de los ochenta era cosa más habitual ver asistir adolescentes a la secundaria, viajando de las colonias a la ciudad.
Sonia se levanta de la mesa, pone a calentar agua con una pava y a preparar mate. Mientras su abuela va hacia a la alacena y regresa con una fuente llena de Kreppel.
-Te pasaste, abuela -exclama sonriendo Sonia. Se ven riquísimos. Ya mismo pruebo uno.
-Los hice para vos. Me puse a amasarlos esta mañana, después de que me avisaste que ibas a venir a tomar mate.

Autora: María Rosa Silva Streitenberger

domingo, 19 de enero de 2025

Las Rogativas, una tradición ancestral de los alemanes del Volga

 Las Rogativas se llevan a cabo todos los años, durante los primeros días de noviembre, cuando una procesión parte del frente de la iglesia, en tres días consecutivos, rumbo a tres cruces enclavadas en tres puntos cardinales diferentes, ubicadas en las afueras de las aldeas y que, en su conjunto, representan a la Santísima Trinidad. 


 La procesión, precedida por un sacerdote, los monaguillos y el Schulmeister (Sacristán), portando una cruz, parte del frente de la iglesia durante las tres mañanas siguientes a la conmemoración del Día de los Fieles Difuntos, para dirigirse a una de las cruces, en tres jornadas sucesivas, erigida a uno de los laterales de las calles de acceso a la localidad, para celebrar una ceremonia religiosa en Acción de Gracias por los dones recibidos durante el año fenecido y solicitar que la próxima trilla sea buena y que Dios prosiga bendiciendo a la comunidad con su gracia divina. La procesión retorna, cantando y rezando, a la iglesia, donde el sacerdote oficia una misa.
Cada procesión se lleva a cabo con profunda fe, rezando y cantando; mientras que ya en el lugar, frente a Jesús crucificado, el sacerdote, luego de expresadas las letanías, oraciones y cantos, rocía con agua bendita los campos en señal de gratitud por los dones recibidos y en solicitud de buena cosecha.
Finalizada la ceremonia, la procesión retorna a la iglesia, donde todos los fieles participan de una misa en la parroquia.

Autor:  Julio César Melchior.

domingo, 22 de diciembre de 2024

Ahí viene el Pelznickel

 Por las calles oscuras, en la Nochebuena, va de casa en casa, el Pelznickel.

Un colono disfrazado con el Pelz del abuelo, de la época de la arada, cuando caían las grandes heladas.


                                       
 

Sus gritos guturales, su arrastrar de cadenas, asusta a los niños, que lo aguardan llenos de miedo.

Porque ya en la casa, los hace arrodillar, sobre granos de sal, para sus travesuras expiar.

Y los obliga a rezar, una y otra vez, mientras los pobres niños, lloran, aterrados, sin parar.

domingo, 15 de diciembre de 2024

Preparando Strudel

Extendió la masa filo sobre la mesa con sumo cuidado, teniendo presente el consejo de su abuela. Debe quedar tan delgada que se transparenten las manos -le recordaba doña Ana cada vez que elaboraba un Strudel.
Una vez que hubo concluido, distribuyó encima rodajas de manzanas verdes y rojas peladas y cortadas de forma muy delgada, las bañó en azúcar y unas cucharadas de crema.


 Después enrolló la masa tratando de no romperla, con cautela y paciencia, y la colocó dentro de una asadera enmantecada y enharinada, la pinceló con un poco de manteca y azúcar y la llevó al horno de la cocina a leña.
Mientras esperaba que se cocine lavó los utensilios que ensució en el proceso de preparación, que no eran pocos. Tenía que aprender a corregir eso. No ensuciar tantos recipientes e ir lavando mientras dejaba de usarlos.
Transcurrida un poco más de media hora, tomó un repasador, abrió la puerta del horno y extrajo el Strudel, que inundó el ambiente de la cocina de un aroma exquisito, que inmediatamente la retrotrajo a los años de su niñez, a la casa de sus padres y de su abuela.

Autor:  Julio César Melchior.

domingo, 1 de diciembre de 2024

Las campanas de la iglesia llaman a misa

Las campanas de la iglesia sonaron tres veces: la primera vez media hora antes de la misa, la segunda, 15 minutos antes, y la tercera y última, justo un minuto antes de empezar la ceremonia.
En esos momentos doña Ana recordó a la Hna. Filomena, su maestra de cuarto grado, que cuando le había consultado por qué sonaban tres veces, le contó que Dios lo había dispuesto así porque cuando suena la primera hay que vestirse, en la segunda hay que salir de casa y en la tercera estar dentro de la iglesia sentada en el banco. Cosas de niños, murmuró insatisfecha con la respuesta, sesenta años después, cuando la Hna. Filomena ya no estaba en este mundo para recriminarle nada.
Vestida de negro, Biblia en mano, doña Ana asistía a misa todos los días, incluida la misa especial de los domingos. Tenía mucho para agradecer y muchos muertos por los que rezar.

 

Tampoco se perdía ninguna procesión ni velorio. Acompañaba a todos hasta su última morada. Su pensamiento era que todos merecemos ser despedidos como corresponde y a nadie se le niega una oración y un poco de agua bendita.
Esas parecían ser sus únicas salidas y su único pasatiempo desde que enviudó.
Vivía sola. Sus hijos se habían casado y se habían marchado de la casa. Las amigas, tan grandes como ella, también fueron falleciendo. Más que acompañar a los que se iban adelantando en el viaje, ya le quedaba muy poco que hacer en esta vida.
Además, ella lo consideraba un deber y una obligación moral. Lo mismo que llevarle agua bendita a las tumbas de los seres queridos en su visita semanal al cementerio.

Autor:  Julio César Melchior.

domingo, 17 de noviembre de 2024

En Sulky rumbo a la escuela

 Los cuatro hermanitos, el mayor de once y el menor de seis, salen todas las mañanas de su casa a las seis y media rumbo a la escuela en sulky. Bien abrigados, las piernas cubiertas con una gruesa manta, guantes y un gorro de lana en la cabeza. Recorren los irregulares caminos de tierra entre potreros sembrados de trigo y pastura, mientras las vacas y las ovejas los ven pasear en el amanecer de invierno, el pasto blanco por la helada y un frío que los niños ya están acostumbrados a sobrellevar. 


 Van al trotecito, entre risas, dos niños y dos niñas, jugando a las adivinanzas, al trabalenguas, contando las travesuras que realizaron el día anterior, los trabajos que efectuaron para colaborar en las tareas hogareñas, tanto de mamá como de papá y conjeturando con que nueva lección los recibirá el maestro. Nunca fue fácil asistir a clases y menos terminar de cursar la primaria para los hijos de los peones rurales.

Autor:  Julio César Melchior.

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