domingo, 26 de julio de 2020

José Afinic y su Grupo Nueva Flor - Decime Dónde y Cuándo '2013'

“Tocábamos música del Litoral, chamamé, polka, paso doble, los valses más conocidos como ‘Desde el alma’, ‘Ciudad de Córdoba’. También música tradicional alemana, paraguaya, kolomeika”, enumeró José Afinic (55) para referirse al repertorio que en la década de 1980 presentaba con su conjunto Nueva Flor en fiestas de toda la zona. Eran eventos multitudinarios de 800, 900 personas, muchas de ellas en la zona de colonias del sur de Misiones, San José, Azara

Album: Decime Dónde y Cuándo.
Bitrate: 192.
Tamaño del archivo: 58.0 Mb.
Caratulas: Frontral.
Año: 2013.
01- Musiquero y Albañil
02- La Polkita del Trombón
03- La Gente Quiere Bailar
04- Kolomeika Popular
05- Por Favor, Decime Que Si
06- No Hay Caso
07- El Yaré
08- Golosinas
09- Kolomeika Popular Uno
10- Decime Dónde y Cuándo
11- Bohemio y Soñador
12-Abaraja Esa Empanada
13- Mate Dulce o Mate Amargo
14-  Siglos Han Pasado
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domingo, 19 de julio de 2020

El abuelo Pedro y su infancia en el campo

El reloj marcaba las cuatro de la mañana. Don Pedro, por aquel entonces un niño de nueve años, andaba a oscuras y a tientas, pisando escarcha, reuniendo los caballos en el potrero, detrás de la casa. Tenía que reunirlos a todos, más de veinte, antes de que aparecieran su padre y sus hermanos, listos para salir al campo a arar. Don Pedro no solamente debía encontrarlos en la oscuridad, porque apenas brillaban algunas estrellas, y hacía un frío insoportable, que helaba las orejas y la nariz, sino que tenía que sujetarlos a los arados respectivos, que, por aquellos años, eran tirados por caballos.
Mientras él cumplía con su tarea diaria, sus padres, mamá y papá, juntos con sus hijos e hijas, que iban desde los diez hasta los dieciocho años, ordeñaban las vacas, sentados bajo la intemperie, con las manos coloradas y la cara ardiendo del tremendo frío que hacía.
Don Pedro, actualmente con casi noventa años, recuerda que, sin embargo, nadie se quejaba. "Es más -afirma-, mi padre silvaba mientras ordeñaba y mis hermanos hacían bromas y competían para ver quién de todos ordeñaba más vacas lecheras".



"Mis padres seguramente estaban felices porque lo tenían todo" -sostiene-. Tenían trabajo, que les proveía casa y comida, y un sueldo. Ellos pudieron criar a sus once hijos sin problemas. Porque vivimos en ese ranchito de adobe hasta que todos los hijos se fueron casando y mis padres se jubilaron. Me acuerdo que era una casita muy precaria, con una cocina y dos habitaciones. Después mi padre levantó otra, con sus propias manos, cuando empezaron a llegar más hijos. Había un galpón de chapa, demasiado chico para guardar todos los enseres rurales. Un molino, donde buscábamos agua para consumir, cocinar, bañarnos, lavar la ropa, que quedaba a más de cien metros de la casa. Todos los días había que arrastrar agua con los baldes para lavar la ropa y cocinar. Y todas las mañanas íbamos al molino a lavarnos las caras al despertarnos. Teníamos quinta de verduras. Había un horno de barro. Mamá hacía un pan riquísimo, que untábamos con manteca casera y miel.
“Mis padres carneaban dos veces al año -continúa Don Pedro. No sé cómo se las arreglaban para llevar a cabo todo el proceso con la ayuda de sus hijos solamente. Porque estábamos muy lejos de la colonia. Nadie, ningún amigo o pariente, estaba cerca para colaborar. Pero, sin embargo, nunca nos faltaron el chorizo, las morzillas, el jamón, el jabón casero. Mamá hacía manteca y quesos. Mis padres no compraban casi nada. Solamente harina, yerba, azúcar y alguna otra cosita más. Todo se hacía en casa. Con alegría. Mi padre sabía tocar la acordeón. De noche, si el cansancio lo permitía, después de cenar y leer la Biblia en familia, papá tocaba y todos cantábamos bajo la luz de un farol a kerosén, en la pequeña cocina de adobe, calentada por una cocina a leña, que se mantenía encendida con bosta de vaca. Bosta de vaca que juntaban en el campo, durante las tardes, mamá con mis hermanos menores.
"Tuve una hermosa infancia. Unos padres increíbles. Éramos felices y estábamos agradecidos a Dios por lo que teníamos. Nunca nos faltó nada" -concluye Don Pedro.

Investigación histórica y redacción: Julio César Melchior

domingo, 12 de julio de 2020

R.V. Show - Mi chica bombon

Album: Mi chica bombon - Volumen 04.
Bitrate: 192.
Tamaño del archivo: 75.0 Mb.
Caratulas: Frontral.
Año: -.

01- Mi chica bombon
02- Cuando me fui al baile
03- Mensaje al cuñado
04- Ya no eres chiquita
05- Ex enamorado
06- Nuestro amor prohibido
07- Si no vas a volver
08- Baile y cerveza
09- El vampy 
10- Me case con la rubia
11- Fritz y Frida
12- Oktober fest en 25 de mayo
13- Estoy enamorado
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domingo, 5 de julio de 2020

El abuelo les cuenta a sus nietos que tuvo una infancia muy feliz

-Abuelo, cómo fue tu infancia? -pregunta su nieto Mauro, sentado a su lado, comiendo galletitas de chocolate rellenas. Mamá siempre me cuenta que cuando ustedes eran chicos no había nada, solamente pobreza.
-No!, Mauro -contestó el abuelo. Éramos humildes, es verdad, pero no pobres. Nunca nos faltó un plato de comida ni tampoco nos faltó ropa para vestirnos decentemente. La abuela se las ingeniaba para cocinar rico con lo que había y ella misma cosía la ropa para todos. La comida elaborada con ingredientes austeros, es verdad, pero esos ingredientes eran aprovechados con sabiduría y cocinados sobre la cocina a leña, que buscábamos en el arroyo. "También comíamos pan casero horneado en el horno de barro. Era una época en que no sobraba nada y nuestras madres tenían que recurrir al ingenio para preparar todos los días una comida diferente con los mismos ingredientes, producidos mediante un trabajo, esfuerzo y sacrificio, que requería de una voluntad y un amor inquebrantables -continuó contando el abuelo.
"La mayoría de esos ingredientes -agregó-, se producían en el amplio fondo que poseían las viviendas, donde nuestros padres criaban todo tipo de aves domésticas, desde gallinas, patos, pavos y un sin fin de variedades plumíferas. Engordaban un cerdo para la carneada, tenían una vaca lechera, que les daba leche, manteca y queso, una huerta enorme, que era el punto de partida para elaborar chucrut, pepinos en conserva y varios embutidos más, abundante cantidad de árboles frutales que producían la fruta para cocinar dulces.



"Pero no crean, al escuchar esto, que nuestra infancia fue triste. No. Nuestra infancia no fue triste. Fue humilde, es cierto; pero no triste. Tampoco fuimos pobres. No tuvimos grandes lujos ni podíamos comprarnos las cosas que otras familias adineradas si podían; pero nunca nos faltó un plato de comida ni jamás pasamos hambre. Mamá cocinaba muy rico. Se las ingeniaba para preparar las comidas más sabrosas que pudieran existir. Con un poco de harina, levadura, agua, sal y verduras, se mandaba los Wückel Nudel más ricos del mundo. Mis hermanos y yo terminábamos limpiando el plato untándolo con pan, para no dejar ni rastros del menú. "Tanto nos gustaba lo que cocinaba mamá. Por eso repito: fuimos humildes; pero no pobres. Y en nuestra casa nunca faltó la alegría. Mamá hacía las cosas de la casa cantando y papá silbaba a toda hora mientras trabaja la tierra. Fuimos lo que se dice, una familia feliz" -remarcó el abuelo, orgulloso de pasado, mientras sus nietos Ruben y Mauro, que lo escuchan con mucha atención, miraban de reojo el celular, sin perderse un detalle de los mensajes que iban ingresando vía WhatsApp.
Ruben tenía doce años y Mauro había cumplido quince. Mientras su otra nieta, sentada un poco más lejos, tenía veinte, y se llamaba Lucía.
-Me gusta escucharte, abuelo -dijo Lucía sentándose más cerca del abuelo. Es tan lindo saber de cómo era la vida de ustedes. Mamá cuenta poco. Siempre se queja de que había mucha pobreza. Que no vale la pena recordar cosas tristes. Por eso yo estoy leyendo los libros "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga" y "La infancia de los alemanes del Volga", de Julio César Melchior. Son muy buenos libros. Leyendo me estoy enterando de muchas cosas, abuelo.
El abuelo suspiró contento y orgulloso. Al menos uno de sus nietos se interesaba en su pasado. Porque lo que eran Rubén y Mauro, ya estaban en otra cosa, chateando con sus amigos virtuales, mirando la pantallita del celular.

Autor: Julio César Melchior

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