domingo, 30 de agosto de 2020

Palabras en memoria de los antiguos relojes despertadores

Estos relojes estuvieron al lado de las camas o sobre algunos de los aparadores de los hogares de las cocinas durante muchas décadas, marcando, con su tic tac, no solamente el paso de las horas sino también enmarcando el devenir cotidiano de las tareas diarias.
Había hogares en los que había dos, uno en la cocina y otro en la habitación, del lado de la cama en la que se acostaba el dueño de casa, y otro en la cocina, sobre algún mueble, que compartía toda la familia.
En otros hogares solamente había uno, que de día estaba en la cocina y de noche, en la pieza, pasando a cumplir la tarea de reloj despertador. Durante el día prestaba servicios a la ama de casa, que lo usaba para controlar los horarios de la rutina familiar, las comidas, desayunos, cenas y almuerzos y otros menesteres culinarios.



Y finalmente, también había casas de familia, en donde no existía ninguno. Porque este tipo de reloj despertador era un bien caro y, por lo tanto, preciado. Hubo épocas en las que era casi imposible que una familia pudiera pensar en tener aunque más no sea uno. Tal vez, unos pocos, tuvieran la suerte de poder adquirir uno usado.
Los que no tenían reloj, porque no podían adquirirlo, y tampoco poseían el clásico y tradicional reloj de pared, que era considerado una importante herencia familiar, se guiaban con el toque de campanas de la torre de la iglesia, como en los viejos tiempos.
Nuestros abuelos atesoran miles de recuerdos que tienen como protagonistas centrales a estos antiguos relojes despertadores. Todo un símbolo de una época que en la actualidad forma parte de nuestra historia, al igual que todos los momentos extraordinarios que rescato en mi libro "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga".
Cada uno de estos viejos relojes guarda en sus almas, el recuerdo vivo de sus dueños y de las familias en las casas en las que estuvieron durante años, compartiendo sueños y esperanzas, tristezas y alegrías.
Sepamos ver en ellos el recuerdo de muchos seres queridos que hoy ya no están pero que nos regalaron muchas horas felices de sus vidas y nos llenaron el alma de enseñanzas y ejemplos de vida.

Autor: Julio César Melchior

domingo, 23 de agosto de 2020

Bruno Gress - Stimmung Schwung und frohe Laune '2012'

Album: Stimmung Schwung und frohe Laune.
Bitrate: 192.
Tamaño del archivo: 77.0 Mb.
Caratulas: Frontral.
Año: 2012.
 
01- Penzinger-Polka. 
02- Wir sind Bajuwaren    
03- Blumen aus den Bergen   
04- Patrona Bavariae  
05- Der dritte Mann  
06- Mama geh bitte schau oba  
07- Ich träume nur von Rio
08- Daglfinger Parademarsch   
09- Lausbuam war'ma, Lausbuam bleib' ma   
10- Einer hat immer das Bummerl
11- Zillertaler Hochzeitsmarsch
12- I flipp aus.   
13- Bayern-Reggae-Jodel-Song (Rasta Sepp)
14- Am Alpenrand
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domingo, 16 de agosto de 2020

Historia de doña María, una abuela alemana del Volga

Doña María cuenta que nació en 1943 en una pequeña casita de adobe y que su madre la trajo al mundo sin la ayuda de ninguna partera ni médico, como era común por aquellos años. La encargada de asistir a todos los partos y ayudar a dar a luz a las mujeres, era la suegra, que a fuerza de presenciar nacimientos había adquirido cierta experiencia. Los bebés nacían en casa y en alguna habitación alejada de los demás niños. A quienes se le decía que el nuevo hermanito había nacido de un repollo en la quinta, que lo había traído la corriente del agua del arroyo o que algún personaje, al pasar, lo había dejado en la casa, al cuidado de la familia.



También cuenta que tuvo doce hermanos y que la casita de adobe en la que nació y vivió hasta que se casó, a los quince años, solamente tenía una cocina y dos habitaciones. Y que el piso era de tierra. Los muebles muy escasos. Que lo más caro e importante que tenían era la cocina a leña. Todos los muebles los fabricó su padre en los tiempos libres que le dejaba el trabajo en el campo. También cuenta que faltaban camas pero que nunca nadie se quejó, que tuvo una infancia feliz. Sostiene que mientras iban naciendo más hijos, los más grandes ya se iban a trabajar a otros campos, con otros patrones, sobre todo los hombres, y las mujeres, generalmente se enviaban a trabajar a la ciudad, de sirvientas. "Antes -acota- los hijos teníamos que empezar a trabajar a los nueve o diez años para ayudar a mantener a toda la familia". Eso hizo que solamente los tres hermanos menores pudieran asistir a la escuela y completar la primaria. Los demás, apenas aprendieron a leer y escribir gracias a que la madre pudo enseñarles los rudimentos básicos para leer la Biblia y rezar.
"Vivíamos humildemente" -reconoce- "pero no éramos pobres porque nunca nos faltó un plato de comida ni tampoco jamás pasamos hambre. Mamá se las ingeniaba con lo que tenía a mano para que todos sus hijos crecieran fuertes y sanos. Ella criaba gallinas, patos, gansos, tenía una quinta de verduras, que todos ayudábamos a regar, y un cerdo siempre listo para la carneada. Se hacía chorizo dos o tres veces al año. Y el dulce casero, la manteca casera, al igual que los quesos y la miel, no faltaban nunca. Mi madre se levantaba a las cuatro de la mañana, junto con mi papá. Amasaba y horneaba el pan diario. Después ya comenzaba la jornada de cada día. Mientras mi padre se iba a arar, mi madre y mis hermanos ordeñaban las vacas".
"Yo empecé a ordeñar a los nueve años. Hacía un frío tremendo. Helara o lloviera, a las vacas había que ordeñarlas, porque de eso dependía no solamente nuestro sustento diario sino el ingreso de un dinero extra, porque el excedente de leche se vendía. Al igual que mamá vendía huevos, gallinas, patos, gansos. Vendía de todo! Nuestra casita estaba casi a las afueras de la colonia, eso permitía a las gallinas vagar libremente. Aunque antes, todo el mundo tenía gallinas y cerdos. A nadie le molestaba. La gente era más comprensiva y más solidaria" -sostiene.
"A la escuela fui solamente hasta segundo grado. En realidad, mucho no me gustaba. Las maestras eran muy severas. Ante cualquier error enseguida recurrían al puntero. A mí una vez me pegaron tanto sobre los dedos que me dolieron durante una semana entera. Encima tenía que fingir para que no se dieran cuenta en casa, porque si no también me hubieran castigado. Antes, el maestro siempre tenía razón. Fue difícil ordeñar con los dedos doloridos. Pero qué iba a hacer?".
"Dejé la escuela y me mandaron a trabajar cama adentro a casa de un matrimonio que tenía diez hijos. Yo tenía que cocinar, lavar y planchar, porque ellos tenían una tienda".
"Allí estuve hasta que me casé. Todavía era muy joven cuando conocí a mi marido. Él era amigo de mis hermanos. Nos gustamos y decidimos casarnos. Nos fuimos juntos a trabajar al campo, al día siguiente de habernos casado. No había dinero para fiesta de casamiento. Sí, tuve mi vestido blanco y una cena familiar en casa de mis padres. Uno de mis tíos tocó el acordeón. Se armó un lindo baile".
"Después fueron naciendo mis seis hijos. Dos pudieron terminar la secundaria. Los otros, lamentablemente, solamente la primaria. Siempre hubo tiempos difíciles. Sobre todo en el campo y para los peones. Cuando nos jubilamos nos vinimos a vivir a la colonia. A la casita que fuimos construyendo con mucho esfuerzo. Y aquí estamos, los dos solitos. Todos mis hijos se casaron e hicieron su vida. Algunos están lejos, otros cerca. Últimamente nos vemos poco. Es difícil que puedan coincidir todos. Así es la vida" -concluye doña María. "Y uno debe tomarla como venga".

Autor: Julio César Melchior

domingo, 9 de agosto de 2020

Los Binder - 100% Bailable '2019'

Album: 100% Bailable
Bitrate: 128.
Tamaño del archivo: 34.8 Mb.
Caratulas: Frontal y Trasera.
Año: 2019.
Sonido: Excelente.
01- Polca Popular
02- Selecciones de vals
03- Ella quiso quedarse
04- En Munich hay una Cerveceria
05- La posta
06- La Pupera de Maria - Don Gollo
07- Mi Ponchillo colorado
08-  Chiquita polka
09- Corazón mio - Cuando brilla la luna
10- Virus de Pasion - Que calor de locos
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Agradecimiento Especial a Ruben Abel Eichhorn de General Ramirez  por compartir esta material

domingo, 2 de agosto de 2020

Recuerdo de las carneadas de antaño, en las que colaboraban toda la familia y los vecinos

Las carneadas para consumo familiar empezaban casi de madrugada, cuando se encendía un gran fuego para calentar el agua que se iba a usar para limpiar el cerdo y todos se aprestaban para la faena preparando, cada uno, sus utensilios, herramientas y elementos de trabajo. La actividad era ocasión propicia para reunir a familiares, amigos y vecinos, que se acercaban a la casa a colaborar, transformando la carneada, que duraba dos o tres días, en un gran encuentro social, con música incluida, y suculentas comilonas. Nadie se negaba a aportar su granito de arena, porque el trabajo era mucho y debía llevarse a cabo durante un fin de semana, para no interferir en las labores rurales. Además, era una costumbre establecida, que todos los que ayudaban, se llevarán como obsequio carne y morcillas y chorizos para probar.
El proceso de la carneada comenzaba varios meses antes, cuando la familia adquiría un lechón, que era criado en el chiquero, que el padre construía en el fondo del patio con maderas y alambre tejido, generalmente en desuso, y era alimentado con las sobras y desperdicios de los alimentos que se consumían en el hogar y, ocasionalmente, se le agregaban cereales o forrajes que se obtenían de algún chacarero conocido.


Cuando el animal alcanzaba la mayoría de edad y el peso deseado, entre los doscientos kilos, un poco más, un poco menos, se tomaba la decisión de sacrificarlo, junto con un vacuno que se compraba para ese menester, para abastecer los sótanos de chorizos y jamones para pasar los crudos y fríos inviernos.
Generalmente la carneada se llevaba a cabo durante un fin de semana, para evitar que la misma interrumpiera el normal desarrollo de las actividades rurales, y participaban no solamente todos los integrantes de la familia sino parientes y vecinos.
El cerdo se degollaba con precisión, insertando el cuchillo en medio de la unión de la cabeza y el cuello, para lograr el desangrado. La sangre se recogía en un recipiente, que se colocaba debajo de la incisión, sin dejar de removerla para evitar que se cuaje. La misma se utilizaba elaborar la morcilla negra o blutwurst.
Una vez muerto el animal, se procedía a colocar el cerdo sobre una mesa para escaldarlo o pelarlo, es decir, quitar con abundante agua hirviendo, raspando con cuchillos y, a veces, la ayuda de otros utensilios, los pelos que recubren la piel hasta dejarla totalmente lisa y limpia.
El paso que seguía es el desposte, que no es otra cosa que descuartizar el cerdo clasificando y separando los diferentes cortes de carne de acuerdo al uso que se le iba a dar, por ejemplo, entre muchos otros, las patas para elaborar el jamón, y buena parte de las vísceras, el hígado, los riñones y diversos elementos de la cabeza del cerdo (como la lengua), que se cocinaban para formar parte de las morcillas, blanca y negra, y el queso de chancho. Porque todo se aprovechaba. Nada se tiraba.
Finalizado el proceso de fragmentación comenzaba el deshuesado (minucioso trabajo de limpieza de los huesos), cortando la carne en trozos pequeños para luego pasarlos por la picadora, condimentarlos en base a una receta que cada familia mantenía en riguroso secreto, y amasarlos con las manos en una enorme batea construía de madera, y empezar a elaborar los chorizos, sin olvidar que también se le agregaba carne de vaca a la preparación con la que se hacían los chorizos para secar, porque conjuntamente con el cerdo, también se carneaba un vacuno.
El armado de los chorizos se llevaba a cabo con tripas (generalmente de vaca) y una máquina que se llama embutidora. Las tripas son de varios metros, estas se cortan para dar el tamaño de rosca o chorizo.


Terminada la faena, los chorizos para secar, la morcilla negra, la morcilla blanca y los jamones, se colgaban del techo de los sótanos o en galponcitos especialmente acondicionados para este menester.
Además de todos estos clásicos embutidos, también se elaboraba Kalra y se derretía grasa, que luego era guardada para preparar la comida a lo largo del año, y los chicharrones obtenidos de su derretido, se incorporaban en el amasado de pan que se horneaba en la cocina a leña o en el horno de barro. Con la grasa, asimismo, se cocinaba jabón para lavar y que, en definitiva, se usaba para todos los quehaceres domésticos.
Lo habitual era que las familias carnearan dos veces al año pero, también había, pocas, es cierto, que lo hacían tres veces al año.
Si bien es cierto que esta costumbre se ha ido perdiendo, también es cierto, que en muchas colonias y aldeas, como en muchos campos, todavía se conserva y de desarrolla tal cual como en los viejos tiempos.

Autor: Julio César Melchior

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