miércoles, 18 de junio de 2014

Los alemanes del Volga… Su idiosincrasia migratoria ...

A diferencia de la mayoría de las migraciones a la Argentina, la de los alemanes del Volga fue una inmigración de familias sin o con escasos aportes de individuos aislados


Por ello se caracterizaron por una estructura familiar propia, con familias numerosas de tipo patriarcal. El hecho de emigrar con el grupo familiar hace que tenían una menor necesidad de matrimonios mixtos, lo que produce una tenaz resistencia a la asimilación.
Esto unido a que hasta la segunda guerra mundial se mantenían las instituciones educativas donde se enseñaba el alemán y el desarrollo del culto religioso en su propio idioma son los principales factores de conservación del idioma de origen hasta nuestros días.


Si teníamos la oportunidad de visitar alguna de las colonias hace 30 años y caminar por sus calles podremos escuchar a la gente hablando el alemán en forma habitual, o seguir realizando sus fiestas tradicionales: la Kerb (día del Santo Patrono), Die Schlachte (La carneada), Der Osterhas (Conejito de Pascuas), Die Ostereier (los huevos de pascua) que las madres antaño decoraban artísticamente y pintaban de varios colores que dejaban en los die nest (niditos) de pasto que los niños habían preparado, hoy han sido reemplazados por los de chocolate...
También podremos observar la arquitectura característica de esta etnia: edificaciones de ladrillo, con puerta lateral y corredor al frente, en su mayoría con el techo a dos aguas, paralelo a la calle. La casa construida en L con un techo que en su parte baja termina en un corredor cubierto con el típico festón de chapa o tallado en madera. La casa contaba con una cocina amplia, los dormitorios, la despensa, el sótano, el galponcito-silo, el galponcito-leña, el establo, el jardín, el gallinero y la huerta, además todas las casas contaban con un horno de barro donde se horneaba el pan y las ricas tortas alemanas.
Esta estructura típica: casa, puerta, portón, está edificada exactamente igual que en Hessen en Alemania y después en Rusia, donde hicieron de sus casas un baluarte sin acceso por el frente para defenderse de los lobos y mongoles. Detrás de sus portones, la familia vivía aislada de la vista de los vecinos, dentro se vivía una vida propia, familiar.
Se tomaba mate (que reemplazó al samovar) con kreppel (versión teutona de la torta frita), se habla un dialecto alemán del siglo XVII y en días de fiesta se escucha el acordeón desgranando mazurcas, polcas y schottis.


En el medio de la aldea veremos la iglesia de líneas góticas, principal edificio del poblado. Mientras los criollos adoptaron el carro ruso, la polca y el kreppel y cambiaron la galleta porteña por el esponjoso pan casero, los colonienses se vistieron con bombachas y alpargatas, incorporaron el asado a su gastronomía, el tango a sus fiestas y el truco al ocio y reemplazaron el hábito del té alrededor del samovar por el mate que tomaban amargo, endulzado con un terrón de azúcar en la boca y que llamaban Zuckele o Kuie.

Esta es la historia de un pueblo que viene de los valles y bosques germanos y que pasaron por las estepas rusas para finalmente afincarse en las pampas argentinas, manteniendo la misma concepción urbanística, familiar religiosa, cultural y solidaria. 

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