domingo, 12 de mayo de 2019

Recuerdos de cuando el baño estaba en el fondo del patio y llovía durante días enteros

Llovía a cantaros. El patio era un fangal de charcos distribuidos aquí y allá. La noche llegaba más temprano que nunca. El sol había estado oculto durante todo el día, detrás de oscuros nubarrones.
La casa de adobe soportaba estoica, empapada su techo de paja vizcachera, chorreando agua por las cuatro paredes rectangulares. Las aberturas, puerta y ventanas, colgaban desvencijadas a merced de la impiedad del temporal.
Dentro, una familia compuesta de una pareja, tres hijos y un tío solterón, de vez en cuando miraban por los vidrios de los ventanucos, oteando el horizonte, implorando que la lluvia amainara, mientras observaban con deseo incontenible, la letrina, que se erigía en el fondo del patio.
Los niños, porque son niños, y no conocen todavía el pudor y la vergüenza de los mayores, tenían la dispensa de los padres para sentarse en cuclillas en el centro de la puerta y realizar sus necesidades urinarias sin salir al patio.


Los mayores, sin embargos, sufrían. No solamente vergüenza y pudor, lo que les impedía copiar a los niños, sino también porque ya les resultaba humanamente imposible resistir más, sin vaciar la vejiga u otro espacio lleno de tanta comida ingerida durante la larga jornada de lluvia.
A la medianoche, habiéndose acostado todos a dormir, el tío, fastidiado de tanto apretar las piernas y contener la respirar, gruñendo una queja y lanzando un insulto, se levantó precipitadamente, salió corriendo de la habitación, a oscuras cruzó la cocina, tropezando con una silla y tirando una cacerola que colgaba de la pared, abrió la puerta, para enfilar corriendo rumbo a la letrina.
La lluvia, los charcos, el barro y el intenso viento, más la veloz corrida, lo zarandeaban como si fuera un equilibrista tratando de no precipitarse en una caída humillante. Una caída que resultó inevitable. Cayó despatarrado en un charco de agua. Se hundió en el fango mientras sentía un vergonzoso alivio en su vejiga y en su vientre. (Autor: Julio César Melchior)

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