domingo, 9 de junio de 2019

Un parto difícil en las colonias de antaño

Los gritos se escuchaban hasta en el galpón, donde las mujeres se habían llevado a los niños para que no se percataran del nacimiento de un hermanito. Después se les diría que los trajo el arroyo o que nació de un repollo. Pero los gritos eran cada vez más fuertes y desgarradores y los niños, asustados, preguntaban insistentemente que le pasaba a su hermana que gritaba de esa manera tan terrible. Las mujeres, también desbordadas por la angustia, los consolaron diciendo que tenía un fuerte dolor de barriga por comer demasiadas ciruelas verdes. Los niños se miraron estupefactos, prometiéndose nunca más volver a probar ciruelas verdes. Sabían, por propia experiencia, que, a veces, generaban una descompostura, pero nunca se les pasó por la cabeza que unas inocentes ciruelas inmaduras podían llegar a generar semejante dolor de panza.



Los gritos continuaron implacables hasta que llegó doña Berta, con su habitual atuendo negro y sus casi ochenta años a cuestas, y todas las mujeres que estaban dentro salieron corriendo al patio a buscar palanganas, agua y a bajar alguna toalla del tendal.
Los niños cada vez entendían menos. Qué estarían haciendo dentro de la casa para necesitar tantas palanganas, agua y toallas? -se preguntaban anonadados. Qué nueva manera de curar había descubierto doña Berta? Ellos sabían que curaba el empacho, el mal de ojo y que entregaba yuyos para diferentes dolencias pero jamás supieron de algo así.
Media hora después, los gritos pasaron a ser cada vez más pausados y menos terribles. Paulatinamente el dolor de panza se le está pasando -pensaron los niños al advertir que las mujeres que los mantenían lejos de la casa, también respiraban aliviadas.
Y súbitamente los gritos cesaron. El silencio fue tal, que todos se miraron temiendo una fatalidad. Las mujeres comenzaron a observar la casa. Los niños hicieron lo mismo. Nada. Silencio absoluto. Total. Una lágrima amarga empezó a caer… pero, a mitad de camino, se transformó en alegría, cuando escucharon el llanto de un bebé. (Autor: Julio César Melchior).

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