domingo, 4 de agosto de 2019

Don Pedro recuerda su infancia en la colonia de antaño

Hacía una hora que habían terminado de almorzar. La colonia estaba en silencio. Los niños seguramente estarían en la pileta del club o en el arroyo, disfrutando del verano. En los tiempos modernos que corren ya ningún padre obligaba a sus hijos a dormir la siesta.
Don Pedro llevó una silla bajo el nogal y se sentó. También llevaba un libro.
Miró hacia la huerta. Las plantas de tomates florecían. Algún pájaro atrevido picoteaba la lechuga. Más allá, los frutales exhibían sus ciruelas y sus manzanas. La casa estaba en silencio. Don Pedro era viudo y vivía solo desde hacía cinco años.


Miró la tapa del libro: un grupo de niños con juegos tradicionales parecían mirarlo desde el pasado e invitarlo a jugar los juegos que jugó cuando fue niño igual que ellos.
Una profunda nostalgia anidó en su alma. Recordó a su madre, muerta hacía tantos años que ya ni sabía cuántos, a sus hermanos y a sus primos, los amigos, la escuela primaria…
Los ojos se le llenaron de lágrimas. La vida había pasado tan rápido.
Abrió el libro y, antes de empezar a leer, lo ojeó. Y un universo casi olvidado renació en su memoria, junto a decenas de vivencias, remembranzas de personas y lugares que ya casi no existían comenzaron a surgir como si nunca se hubieran ido. El libro traía al presente la niñez en la colonia de antaño. Rescataba al Pelznickel, al Christkindie, las tradicionales celebraciones de Navidad y de Año Nuevo, la manera de educar de los padres, la severidad de las maestras de entonces y sus métodos de enseñanza, canciones infantiles… Don Pedro, desbordado por la emoción, tarareó: Tros, tros, trillie, der Bauer ot ain Fillie…”.
El libro que tenía en sus manos era “La infancia de los alemanes del Volga”, del escritor Julio César Melchior. (Autor: Julio César Melchior).

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