domingo, 10 de noviembre de 2019

Las labores femeninas en un hogar alemán del Volga de antaño

Al atardecer, mamá y sus hijas, luego de bajar la ropa de los tendales, comenzaban las largas horas de planchar la ropa con las planchas a carbón y a almidonar los cuellos de las camisas, zurcir las medias y remendar las prendas con parches de tela, sin importar el tamaño y cuánto se notara. Eran otros tiempos, en que las camisas y los pantalones remendados, se lucían con orgullo, porque eran símbolos de trabajo.
Mamá, mientras las hijas continuaban planchando, empezaba a preparar la cena. Amasaba y freía los Kreppel en una sartén con abundante grasa, que comíamos espolvoreados con mucha azúcar, acompañados de un té con leche y chorizo seco que, generalmente los vecinos nos regalaban en tiempos de carneada.

 
 
Cenábamos en la cocina, sentados alrededor de una larga mesa de madera gastada, iluminados por una pequeña lámpara a kerosén, que colgaba del techo de madera, pintado de verde, al igual que las puertas y las ventanas. Las paredes de la casa, eran de adobe, pintadas con cal blanca, y el piso de tierra. En invierno nos daba calor una cocina a leña alimentada con bosta de vaca, que llamábamos Blatter, o los deshechos de la cosecha de maíz y girasol, como las cañas y los marlos de maíz.
Después de cenar, generalmente, mamá se sentaba a tejer pullovers, medias y bufandas, con lana de oveja, que hilaba la abuela en la rueca, mientras sus hijas, desde muy niñas, aprendían a bordar sus ajuares soñando con formar su propia familia. Y papá, tras leer un párrafo de la Biblia en voz alta, para que lo escucháramos todos, jugaba a los naipes con los hijos varones de la casa.

Autor: Julio César Melchior

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