domingo, 7 de junio de 2020

La vida cotidiana de la abuela durante la cuarentena

La abuela recorre la casa desde temprano, corriendo cortinas, abriendo ventanas, ventilando las habitaciones, despertando a todo el mundo a desayunar, haciendo las camas inmediatamente, recogiendo ropa para lavar, llevándola afuera para arrojarla dentro de su enorme fuentón antiguo, de chapa, fabricado hace decenas de años por un vecino de la colonia que se daba maña para esos menesteres.
Luego regresa con un balde de agua, llenado en la bomba, un trapo de piso, y se dispone a lavar cada rincón de la vivienda, mientras sus hijos y los nietos, se sientan semidormidos, refunfuñando en secreto, a desayunar.


El reloj marca las siete de la mañana. Tardísimo para levantarse, según el criterio de la abuela, y tempranísimo, aún de madrugada, según opinión de sus hijos y nietos. Que no pueden comprender de dónde saca la abuela tanta energía y voluntad para levantarse, desayunar unos mates con pan, manteca y miel, y ponerse a trabajar enseguida en sus quehaceres domésticos. Que también incluyen preparar sabrosos platos tradicionales que heredó de su madre y esta, a su vez, de la suya, pasando por infinidad de generaciones, para el almuerzo y la cena. Sin olvidar los típicos Kreppel para la hora del mate.
Nada la saca de su rutina. Ni siquiera la cuarentena. Ella ama su hogar. Ella ama su vida. Ella es feliz con lo que es y con lo que tiene. Y aún en este momento que, pese a estar atravesando una situación de angustia, como le sucede a cada vecino de la colonia y a cada ser humano del mundo, ella es feliz porque puede disfrutar de todos sus seres queridos en casa, junto a ella, viviendo bajo el mismo techo, compartiendo la vida cotidiana en familia, como antes, cuando sus hijos eran niños. Porque para la abuela su hogar y su familia, es lo más importante. Porque la abuela es pura ternura, puro amor.

Autor: Julio César Melchior

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