domingo, 10 de abril de 2022

La inolvidable sonrisa de mamá

Mamá siempre me espera con una sonrisa cuando llego a su casa, mi casa de la infancia. Mamá es bella. Mamá tiene cabello cano.  Una carita de niña con algunas arrugas y unos ojos claros hermosos. A mamá le encanta hablar y recordar, por eso siempre me cuenta historias de su vida.
Mamá me cuenta que de niña casi no tuvo infancia, que tuvo que empezar a realizar las labores domésticas desde muy niña, que tuvo que dejar su muñequita de trapo para ponerse a lavar la ropa de toda la familia, mientras su madre traía hijos al mundo, uno tras otro, a la par que trabajaba junto a mi papá en las tareas rurales.

                                                   Pintura de George Augustus Freezor


Mamá me cuenta que nunca tuvo abrazos ni mimos ni felicitaciones por haber efectuado bien una tarea. Dice que, lo que recibió, siempre fueron retos y reproches, y más trabajo, que no podían verla sin hacer nada, porque enseguida la llamaban haragana, al igual que a sus hermanos, que eran once.
Mamá me cuenta que de niña la pobreza era grande, que el dinero siempre faltaba, que su madre se las ingeniaba para cocinar con lo que había, que era muy escaso, y que más de una noche se acostaron a dormir con hambre.
Mamá me cuenta que la casaron muy joven, con quince años, que su marido tenía veintitrés años y que, sin embargo, fue feliz, porque su esposo era muy trabajador y que nunca le faltó nada.
Mamá tuvo seis hijos. Está anciana ya. Tiene dieciséis nietos que la miman y la llenan de ternura. Es una abuelita dulce y alegre. Habla y canta en alemán. Tiene muchas amigas. Va a misa. Reza el rosario. Y dice que es inmensamente feliz.

Autor: Julio César Melchior

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