domingo, 31 de julio de 2022

El adiós a la aldea natal, en el Volga

La aldea Kamenka, a orillas del río Volga, a finales de la década de 1880, era un caos de familias alborotadas, muebles diseminados por los patios, baúles desparramados por doquiera, carros estacionados en todos los lugares imaginables, voces en alemán aquí y allá. Había algarabía y tristeza. Alegría y llanto. Todos los sentimientos juntos atiborrados en el alma de los colonos que se preparaban para marcharse a la Argentina y en los que se predisponían a quedarse y esperar el futuro incierto de una revolución sanguinaria que se estaba gestando en la sociedad rusa.

Las viviendas fueron malvendidas. Los muebles también. Hubo que regalar ropa, utensilios de cocina, enseres de trabajo. No había espacio para llevarlo todo. La idea era empezar de nuevo en otro lugar, lejos de tanto sufrimiento e incertidumbre, y comenzar de nuevo significa dejar atrás muchas cosas, tanto materiales como afectivas. La tierra. La casa, el patio con su aroma a jardín y a huerta. Los familiares, los amigos, los vecinos. Decir adiós para siempre es abrir una profunda cicatriz en el alma que no cierra jamás.

Autor: Julio César Melchior

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