domingo, 14 de agosto de 2022

Lo que sabía de sexo la abuela Bárbara en su noche de bodas

 Cuando me atreví, con mucho temor, a preguntarle a mi mamá de dónde venían los bebés –cuenta doña Bárbara-, me respondió mientras continuaba lavando los platos, que a las criaturas las traía el arroyo. Sin embargo, a mi amiga Amalia, su mamá le contó que los niños nacían de un repollo en la quinta. Yo tenía trece años y estaba muy confundida. Cuando le quise  preguntar a mi abuela, se enojó mucho y me contestó que todavía era muy chica para hablar de ese tema, que ya tendría tiempo de esas asquerosidades y concluyó la charla con una rase lapidaria que me llenó de pánico: Dios castiga a las nenas que se interesan por esos temas sucios, que esa clase de pecados condenaron a Jesús a morir en la cruz y que por culpa de Eva, que comió la manzana, Dios condenó a la humanidad a ganarse el pan con sufrimiento, a la mujer a parir y a todos a tener que morir algún día.
Después de ese diálogo nunca volví a preguntarle nada a nadie. Tenía un miedo atroz a que Dios me condenara a arder eternamente en el infierno. Lo mismo le pasaba a mi amiga Amalia. Porque, a veces, cuchicheábamos en secreto y todas sabían lo mismo, que era pecado hablar sobre el tema.
Fui creciendo, mientras trabajaba en el campo, ayudando a mi papá a ordeñar, a dar vuelta con una pala la huerta y a regarla mientras también ayudaba a mi mamá en todos los quehaceres domésticos y a criar a mis hermanos. Mis padres tuvieron nueve hijos, seis varones y tres mujeres.
A los quince los varones se empezaron a fijar en mí. Era lindo. A mí me gustaba mi vecino Luis pero tenía tanto miedo de estar cerca de él. Cuando Luis se acercaba, salía corriendo, porque mis amigas me dijeron que si un hombre me besaba en la mejilla iba a quedar embarazada. Así que por más que lo quería, jamás conversé con él. No quería quedarme embarazada de soltera. Mi padre me iba a matar a golpes. Y si después Luis no se casaba conmigo? Quien me iba a mirar. Nadie. Mi familia me hubiera echado a la calle.

 


Pintura de Elin Danielson

A los veinte mi papá me casó con el hijo de su amigo. Nos vimos durante un año. Venía a visitarme los domingos, a tomar mate. Nunca nos dejaban solos. Mamá nos cebaba mate y cuando terminaba se ponía a plantar, mientras nosotros conversábamos tímidamente, de nuestro futuro.
Me casé por iglesia. Tuvimos una gran fiesta de bodas. Fue hermosa. Mucho para comer. Linda música. Muchos invitados.
Todo fue maravilloso hasta que estuvimos a solas en el dormitorio. Yo estaba muerta de miedo. Mi marido se desvistió y yo no entendía nada. Y me puse a llorar, a gritar y a pedirle que me quería ir a casa. Pero no me hizo caso. Me pidió que me desnudara. Como estaba aterrada, no me moví. Entonces me agarró del brazo y me dijo que yo ahora era su esposa y que el sacerdote había dicho que Dios nos había unido para siempre y que yo el debía obediencia.
Yo sabía que era así pero de todos modos tenía miedo. No podía dejar de temblar y llorar; pero eso no le importó a mi marido. Dios lo quería así. Yo era su mujer. Sufrí mucho esa noche. Mucho.

Autor: Julio César Melchior

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