domingo, 19 de febrero de 2023

La infancia de don Federico, que asistió a la escuela primaria en sulky

Cuando era niño iba a la escuela en sulky con mis tres hermanos. La escuela quedaba a diez kilómetros, aproximadamente. Durante el invierno mamá nos cubría las piernas con una gruesa manta para protegernos de las frías heladas. En la cabeza usábamos gorros de lana y guantes en las manos, todo tejido por ella, durante las noches, a la luz de un farol a kerosen -cuenta don Federico.
En la escuela había una única maestra, que cubría todos los cargos. Era directora, secretaria y maestra de aula. Todos los grados estaban en un mismo salón. Vivía en la escuela. Llegaba los lunes a la mañana temprano desde la ciudad y se marchaba los viernes a la tarde.
Muchos alumnos desayunaban en la escuela, porque venían desde muy lejos, algunos hasta de quince kilómetros. Por eso, muchos no cursaban más allá de segundo o tercer grado. Nuestros padres nos hacían abandonar a causa del intenso frío que debíamos soportar y también, porque nos necesitaban para trabajar en el campo o en la casa, en la huerta familiar, sobre todo durante la arada, siembra y cosecha de maíz y girasol, que se prolongaban durante varios meses -recuerda don Federico.


 Antes de salir rumbo a la escuela teníamos que ayudar en el ordeñe de las vacas lecheras, que eran muchas. Allí colaboraba toda la familia, desde los hijos más pequeños hasta las personas más grandes que habitaban en la casa, como mis tíos y abuelos. Todos tenían que aportar en la manutención del hogar. Éramos once hermanos. Era una época muy difícil. La pobreza era muy grande. Mis padres criaban todo tipo de animales domésticos para vender. Desde gallinas hasta lechones. Pero nada era suficiente -afirma.
A los nueve años ya dejé la escuela y me fui a trabajar con mi hermano. Lo ayudaba en la crianza de animales en una estancia enorme en la que trabajaba. Él tenía dieciséis años. El trabajo era muchísimo. Salíamos al campo a las cuatro de la mañana y regresábamos al anochecer. Almorzábamos un churrasco en medio del campo, a la sombra de un árbol, cuando había.
Después la vida hizo lo suyo. La escuela fue quedando atrás, muy lejos, en el recuerdo, al igual que mis padres y mis hermanos -concluye don Federico. Más historias en los libros "Lo que el tiempo se llevó de los alemanes del Volga" y "La infancia de los alemanes del Volga", que se envían a todo el país por correo.

Autor: Julio César Melchior

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