domingo, 25 de septiembre de 2022

Los cachorros de la señora de la canasta

 Yo tenía diez años- cuenta don Simón- cuando regresé de la escuela y mi hermana, que era dos años mayor, llegó corriendo gritando “vení, Simón, vení a mirar lo que pasó. No lo vas a poder creer”. Mi hermana estaba feliz. Ni me dio tiempo  a dejar los útiles ni de quitarme el guardapolvo. Me agarró de la mano y me llevó casi corriendo al fondo de casa y me pidió que me metiera, arrastrándome, en un hueco que había en los ligustrines. Desconfiado y todo, lo hice. Cuando estuve dentro del hueco descubrí algo que me dejó asombradísimo para mis diez años: mi perro, el perro que me había regalado el abuelo, estaba amamantando a ocho cachorritos. 


 Me quedé un rato ahí observando obnubilado y sin comprender. Eran tan pero tan hermosos. Cuando salí del hueco mi hermana ya no estaba, así que ingresé a la casa para preguntarle a mi madre qué es lo que había pasado. Me respondió que a la mañana cuando me fui a la escuela había pasado una señora con una canasta regalando cachorritos. Yo me sentía infinitamente agradecido hacia esa señora.
A partir de allí les mostré mis hermosos cachorros a todo el mundo. Mis amigos se sentían tan felices como yo, todos querían un cachorrito. Pero yo no quería entregar a ninguno. Lo único que me parecía curioso es que las personas mayores me miraran con cara de pobre angelito cada vez que repetía la historia de la señora de la canasta regalando cachorritos. Uno de mis amigos se enojó mucho porque no podía creer, indignado, que la señora no hubiera pasado también por su casa. Si él también tenía un perro que se llamaba Fritz.
¿Por qué su perro no podía estar amamantando también cachorritos? ¡Que señora tan mala!, repetía una y otra vez. 

Autor: Julio César Melchior

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